Amanece. Queda atrás la noche
más corta del año y llega el verano. La chispeante primavera va dejando paso al
indolente verano. Si en primavera la Natura correteaba como una niña impaciente,
en el verano todo se va aquietando. Llegó la hora de madurar.
Porque ahora todo madura, todo se
completa. Los millones de nacidos de las entrañas de la primavera dejan de ser
niños y se vuelven adultos poco a poco. Se acostumbran a la Vida, a sus
milagros y a sus tragedias; se entrenan, se adiestran, descubren su cometido y
lo acometen. En mis bosques maduran los corzos, los ciervos, los zorreznos, los
jabatos… Las aves volanderas aprender a vivir, a buscar. Maduran las ranas de
la charca, surgen patitas de sus cuerpos aún acuáticos. Maduran los murciélagos
y se lanzan al firmamento nocturno, su patria. Maduran las orugas y se
convierten en mariposas de mil colores. Adiestrarse, familiarizarse,
fortalecerse; esa es la misión de todos ahora. Y ensuciarse, porque crecer es embadurnarse,
embarrarse de experiencia. Vivir es escarmentar. Y para empezar, hay que tostarse al sol del
verano.
Maduran los hayucos aun asidos al
ramaje. Y maduran las bellotas de mis robles, y se tornan en la munición de ese
arma cargada de futuro que será el otoño. Se solean las moras en la zarza
espesa, juventud roja, madurez negra. Maduran los espinos y los fresnos; empieza
a colorearse la cosecha del acebo, empieza a endurecerse la nuez bajo su
gabardina verde. Todo, en todo lugar, lo vegetal, lo animal y lo fúngico, bailando
al son que marca el Sol, que también madura. En los dominios de lo vivo llegó
el momento de la tranquilidad, de meterse en la barrica y fermentar; convertir
los excesivos azúcares primaverales en aromas, en bouquet, en color y sabor, en
vivencias y destrezas. Queda atrás la niñez del mundo, llega lentamente la hora
de verdad. Y digo lentamente porque despacio han de hacerse las cosas
importantes, y madurar quizá sea la más importante de todas. Tan lentamente ocurren
estos milagros que para un observador poco avezado nada, absolutamente nada
ocurre bajo el sofocante bochorno de las tardes veraniegas. En verano parece
que todo el mundo se fue a veranear.
El verano es la primera lección
en la escuela de la Naturaleza. Una enseñanza dura, una moraleja y también un
aviso. Ya basta de entrenar, ya llegó la hora del partido.
Pero aun sobrevive la infancia
primaveral en las mañanas frescas del verano. Aún juguetean las golondrinas y
los vencejos, saludando al día. Aún se imitan a los murciélagos los verdecillos,
cuando vuelan entre la enramada. Aún trinan enérgicos y vigorosos los sotos
riberos. Todos recuerdan su niñez porque, como dijo el poeta, la única patria indiscutible
es la infancia. Aún encontrarás, entre las notas pausadas del adagio del verano,
los desenfados del allegro primaveral.
Hoy, sumido en su victoria total,
cansado de su éxito sin parangón, el Sol comienza a declinar. Madurar es bajar
la cabeza, olvidar orgullos y vanidades, aceptar la derrota en el mismo momento
de la coronación, y saberse humilde entre los fastos del propio triunfo. Hasta
el Sol fracasará, y lo sabe, y por eso hoy no se jacta demasiado y no firma
autógrafos ni alardea de sus éxitos. La vida es un sube y baja eterno y
mareante; cuando uno llega a la cumbre, lo único que le queda es descender, y
hoy, justo hoy, el sol conquistó la cima de los cielos.
Juan Goñi.
Muda me quedo ante tan soberbio manejo del lenguaje describiendo emociones inenarrables.
ResponderEliminarhermoso texto Juan, muy hermoso.
ResponderEliminar¡ feliz solsticio !