Chubascos de fantasía. Diluvios de ilusión.





Era un caballo, o quizá no, aquella extraña figura que emergía entre la floresta. Había salido del sendero persiguiendo el redoble de un pájaro carpintero. Desde lejos parecía un caballo de ajedrez enorme, tumbado, descansando. Pero era solo un viejo tronco comido por la hiedra y el musgo, solitario y silencioso en medio del bosque. La imaginación se dispara cuando caminas en soledad por la arboleda. 

Era un caballo, o quizá no. Más bien parecía un unicornio convertido en leña. Quizá los unicornios se tornan en árboles cuando el día les sorprende lejos de su guarida. Del mismo modo que yo me transformo en niño cuando la primavera me pilla caminando en soledad por el bosque. 

A veces llueven chubascos de fantasía sobre mi bosque de fábulas y sueños. Y a mí me encanta empaparme en esos torrenciales diluvios de ilusión.

La realidad es demasiado malcarada como para soportarla a todas horas.

Se me olvidó el pájaro carpintero, pero oía tambores de amor en la arboleda cuando el unicornio me saludó. Después salió trotando. Y yo me desperté.

Juan Goñi

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