Escurridizo y casi indetectable, común pero desconocido, abundante pero invisible, el ratón de campo (Apodemus sylvaticus) es el roedor más frecuente en nuestros montes y en nuestros campos, desde la Península Ibérica hasta el extremo oriente, desde el norte de África hasta Escandinavia. Su corta vida transcurre casi enteramente en la oscuridad; durante el día se esconde en sus profundas madrigueras y es durante la noche cuando sale a la superficie en busca de su sustento, que consiste en un 70% de semillas y en 15% de insectos y otros invertebrados. Sus grandes orejas y ojos los diferencian del ratón doméstico. El "basasagu" es víctima de infinidad de depredadores, desde el cárabo o la comadreja hasta la garza o el jabalí. Y es por ello que su capacidad reproductora es casi increíble. Su estrategia de supervivencia es reproducirse mucho y muy rápido, porque es seguro que la mayoría de ellos serán devorados mucho antes de cumplir un año. Es conocido su papel como verdadero ingeniero forestal, consumidor pero también dispersor de semillas, uno de los animales que reforesta sin descanso los robledales de norte o las encinas adehesadas del sur. Desinteresados impulsores del Bosque, incomprendidos y perseguidos, acusados y sentenciados, perviven más cerca de nosotros de lo que imaginamos. En sus asustadizos paseos a veces se me muestra descarado entre las hierbas altas, quieto yo como un árbol. Quizá simplemente sabe que yo no le haré daño, y confiado me mira con sus redondos ojos negros, apuntándome con sus enormes orejas. Bomba de relojería de Vida y Milagros, diez centímetros y 30 gramos de vitalidad sin límites, simpatía y vivacidad, rozando la perfección evolutiva, el ratón de campo sigue en sus quehaceres mientras mi corazón se acelera y mis sentidos se agudizan, y por un momento, solo por un momento, entiendo lo que debe sentir un gato cuando en silencio lo acecha.
Juan Goñi
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