Somos meras chispas escapadas de una hoguera. Tenemos que escaparnos un poco del fuego que nos creó para ser conscientes de su dimensión, de su calor y de su luz. Por eso me gusta subirme lejos y sentarme. Y ser consciente de la potencia inconmensurable de esta voraz hoguera de Vida que se llama Madre Tierra, o Amalurra, o como desees. Qué soberbia la nuestra, que presumimos de ser el centro y el propósito de este fuego, y nos creemos con el derecho de utilizarlo a nuestro antojo, de obviarlo, de maltratarlo.
Subir a un paisaje, embelesarse en la Belleza que se abre en nuestros ojos, es atisbar por una rendija el fuego del que procedemos, la unidad de la Vida de la que formamos parte. No emocionarse con los horizontes infinitos es no entender nada. Nada de nada.
En la foto, el Mar Cantábrico y la costa labortana desde Ibardin.
Juan Goñi
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