Las arañas son uno de los grandes descubrimientos de la Vida
para subsistir. Son los mayores depredadores de insectos que existen,
controlando decisivamente su población. Son depredadoras solitarias, y
consideran presa a cualquier cosa que se mueva que tenga el tamaño adecuado.
Existen arañas de muy diversos tamaños, desde los 0.5 milímetros hasta los 9
centímetros. Las arañas paralizan a sus presas con el veneno de sus quelíceros;
la mayoría inyectan a sus presas una suerte de enzimas digestivos, por lo que
realizan una digestión externa, aunque sea parcial, de su alimento. No obstante,
casi ninguna es peligrosa para nosotros. Llevan 400 millones de años sobre la
Tierra, siendo unas supervivientes natas. Desde hace 250 millones de años
utilizan la telaraña para capturar a sus víctimas. La telaraña es un verdadero
milagro químico, algunas de ellas son más fuertes que el acero de su mismo
grosor, por lo que son detenidamente estudiadas con fines potencialmente
industriales.
Las arañas comparten con las serpientes, las ratas y ratones
o gran parte de los insectos, el odio y el miedo radical de muchas personas, y
por ello son aniquiladas por millones. El Hombre destruye aquello que no
comprende, aquello a lo que teme, aquello diferente, aquello que considera “asqueroso”.
Muchas veces incluso a nuestros
semejantes, por los mismos motivos.
Las arañas juegan un papel decisivo en la salud de nuestros ecosistemas,
en el equilibrio de las cadenas tróficas. No las destruyas, no son malvadas;
solo bajo la visión miope de la
Naturaleza, desde un desconocimiento radical de aquello que nos comprende y
tras unos prejuicios absurdos, aparecen como infames bichejos dignos de la
aniquilación.
Conocer para respetar, respetar para amar, amar para
defender.
Juan Goñi
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