Yo vivía hasta hace poco allí, cerca de Arantzadi. Ahora la
desfachatez humana llevada a la máxima expresión desea destruir las últimas
huertas de Pamplona….
Recorrer el meandro de Arantzadi fue siempre un placer. Allí
solía esconderme del ruido y del estrés de la ciudad. Allí, entre las ramas de
los grandes árboles que hoy se disponen a talar, descubrí picos picapinos,
gavilanes o cárabos. Miles de aves de todos los tamaños y colores acompañaban
mis paseos sosegados por el meandro. Me gustaba saborear el olor a huerta
limpia, a trabajo rural, a vida natural. Allí se compraba la mejor verdura
ecológica de Pamplona, que en pocas horas pasaba de la huerta a la mesa,
conservando aromas y sabores casi olvidados. Y siempre a mi lado, tranquilo,
aquietado, acariciaba el Arga su vega pamplonica y fértil. Entre los chopos y
los alisos de Arantzadi observé a mi primer picogordo, allí disfrutaba con el
vuelo de las abubillas, de los petirrojos, de los mosquiteros o de los
papamoscas. Entre los huertos paseábamos en bici despacio, caminábamos charlando
o nos deteníamos ante un árbol majestuoso, ante un trino desconocido, ante un
aleteo ruidoso. Por entre aquellos vericuetos de caballones y matas de cardos o
escarolas nos ordenó pasear el médico al saber que mi mujer estaba embarazada,
y allí fue, estoy seguro, donde mi hijo, todavía en el vientre de su madre,
escuchó por primera vez los trinos de las aves, el rumor del viento en las
copas de los árboles, la suave caricia del rio a sus orillas, simplemente, la
vida pasar.
El señor Beroiz, hortelano de Arantzadi, da una verdadera lección a quien quiera oirlo.
Ahora van a destruirlo todo. ¡Quieren hacer un parque! ¡¡Un parque temático sobre la agricultura!! Y para ello planean despedazar aquel vergel, llenarlo de máquinas humeantes deseosas de aplastar tomates y cebollas, calabacines y escarolas, alubias, hortelanos y esperanzas.
La insolencia de la
prepotencia, la desvergüenza y el descaro de nuevo reunidos en la homicida
tarea de destruir lo que nos constituye y nos construye, lo que nos alimenta y
nos sostiene. Ochenta y cinco mil metros cuadrados de huertas fértiles, de
cultivos ecológicos que alimentan a la ciudad a través del comercio
tradicional, masacradas a mayor gloria del progreso. Destruir las últimas
huertas de Iruña para hacer un museo asfaltado, “acogedor” y con fácil aparcamiento sobre las huertas.
Y para ello van a gastar nueve millones de euros en una ciudad en la que los
inmigrantes sin papeles no tendrán atención médica, en una ciudad con miles de
parados, en una ciudad a la que quieren arrebatar su última sonrisa verde y
natural. ¿Qué mente enferma pudo parir semejante idea?
Video dedicado a los agricultores de Arantzadi
Una sociedad que permite esto es una sociedad gravemente
enferma. O quizá sea yo el enfermo. Mi indignación casi es eclipsada por mi
incredulidad. A veces creo que es mejor rendirse… este mundo no es el mio, pero
no tengo otro al que escapar, y por ello clamo a quien me escuche:
¡Salvemos las huertas de Arantzadi! ¡Arantzadi Bizirik!
Juan Goñi
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