En la soledad del bosque, bajo las grandes hayas, rodeado de
helechos y a los pies de sus gigantescos y formidables padres, tímido, lleno de
esperanzas, colmado de promesas, nace el pequeño roble. El Quercus robur, nuestro roble común (Aritza en euskera), es el más
noble y poderoso de entre los robles blancos europeos. Durante la Era
Cuaternaria los robles sufrieron grandes migraciones debido a los cambios
climáticos. Durante la última glaciación estos árboles se refugiaron del frio
en la Península Ibérica, en el sur de Italia, en Grecia y en los Balcanes.
Posteriormente se expandieron rápidamente y en solo siete mil años alcanzaron
su distribución actual, desde el norte de la Península hasta el sur de
Escandinavia, desde Galicia a los montes Urales. Se encuentran entre las
especies forestales más importantes de Europa tanto desde el punto de vista
económico como ecológico. Difícil es encontrar una cultura en la que el roble
no haya jugado un papel protagonista en su mitología y en sus creencias.
Gallegos o astures, catalanes, castellanos o vascos, celtas, romanos, griegos o
sajones, indios, chinos o egipcios, todos ellos consideraron a los robles como
los árboles más dignos de admiración y de veneración. Pueden alcanzar los
cuarenta metros de altura, y no es raro encontrar ejemplares a los que se les
calculan más de ochocientos años de vida; incluso algunos superan con creces
los mil.
Los robledales son
unos bosques fundamentales para la preservación de la Biodiversidad.
Albergan gran cantidad de vida; el roble y su cohorte (espinos, acebos,
fresnos, sauces, alisos, castaños, olmos, helechales, brezos, etc.) forman uno de
los bosques más ricos y diversos por los que el que escribe ha tenido la suerte de
sumergirse. Su fauna, así mismo, es amplia y diversa; el robledal siempre está
henchido con la mejor de las sinfonías de la Vida.
El Instituto Vasco de Investigación y Desarrollo Agrario
(Neiker-Tecnalia) ha realizado un estudio en el que se indica que de seguir con
la tendencia actual en el cambio climático, en el año 2080 la “mediterraneización” en los bosques de
Euskadi y Navarra hará imposible la pervivencia del roble en nuestros bosques.
Pese a la resistencia y la capacidad de adaptación de estos gigantes, en el
2080 las condiciones climáticas previstas serán demasiado exigentes incluso
para nuestros robles. En este video
puedes ver los cambios en la distribución de este magnífico árbol previstas por
este organismo, que ha tenido en cuenta un total de diecinueve variables
bioclimáticas, entre las que se encuentran la temperatura media anual, la
máxima temperatura del mes más cálido, la mínima temperatura del mes más frío, la
precipitación anual o las precipitaciones en los meses más húmedo y más seco. Tragicamnte, si nada lo remedia, estamos ante la última generación de robles penínsulares. Siguiendo este link puedes conocer un poco más a los robles.
La desaparición de los robles en la Península Ibérica será
una más de las catastróficas consecuencias que el cambio climático tendrá en
los próximos años. Todos los estudios científicos revelan que de hecho ya
estamos sumergidos en dicho cambio climático, que modificará de modo radical el
mundo en el que vivimos. Nuestros descendientes no podrán disfrutar, entre
otras muchas cosas, de la observación y disfrute de estos mágicos titanes de la
arboleda. Probablemente, y con razón, no se sentirán muy satisfechos con la actuación
de esta generación de humanos, que conociendo el problema, sus causas y
consecuencias, no pusieron remedio cuando todavía estuvieron a tiempo.
En diciembre de 2011, el Gobierno de España suprimió la
Secretaría del Estado del Cambio Climático, que quedó subsumida dentro del maremágnum
del “Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente”.
“No hay más ciego que el que no quiere ver”.
Juan Goñi
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