Mi hijo Martín y su amigo, Lagun.
Hoy hace exactamente dos semanas
que Lagun llegó a nuestras vidas. Me acerqué a la perrera de Etxauri. Iba a
informarme, solo a informarme, pero cuando lo vi, sentadito como solía, mirándome
con esos ojos dulces, con las orejas medio caídas, lo tuve claro, ese perrito
se vendría conmigo. En los papeles ponía que se llamaba Kini, pero cuando mi
hijo Martín lo conoció lo bautizó como “Lagun”, amigo, y ese fue su nombre
desde entonces.
Lagun era el mejor perro que
nadie pudo tener. Nos enamoró a todos desde el primer instante. Iba y venía a
su antojo por el prado junto a mi casa, moviendo su colita y olisqueando,
esperando mi llamada, esperando que Martín saliese a jugar, haciendo más o
menos migas con mi gato “Ceniza”, haciendo lo que un perro feliz suele hacer…
Cada mañana nos acompañaba al colegio, y todos los niños le acariciaban y le
llamaban por su nombre. El movía la colita y saludaba uno por uno a todos sus
amigos. Nunca un mal gesto, nunca el más mínimo gruñido, siempre de buen humor.
Como bien decía su nombre, Lagun era un amigo para todos los que lo conocieron.
Nunca olvidaré sus carreras con mi hijo, sus juegos revolcándose los dos por el
césped en los días primaverales de primeros de marzo, sus juegos con los niños
tras el colegio, todos corriendo a su lado, llamándolo sin parar, y él, feliz y
contento. Nos puso a todos a sus pies.
El martes amaneció un poco
apagado. Como nevaba copiosamente, no nos acompañó al colegio. A media tarde,
de pronto, se levantó de su cojín favorito y se puso a vomitar. Y al rato, otra
vez. Y otra vez. Y otra vez…
Lo llevé de urgencia al
veterinario. Me dijo que probablemente sería una gastroenteritis. Le colocó un
gotero con suero y me aconsejó que esa noche durmiera allí, en la clínica;
quería controlarlo. Su última mirada, antes de irme de allí, no la olvidaré
jamás. Nevaba copiosamente esa noche, mientras volvía a casa, preocupado pero
confiando en que, como había dicho el veterinario, al día siguiente estaría
mejor.
Ayer a la mañana el veterinario
me llamó. Había empeorado mucho durante la noche. Tras unas pruebas había
determinado que padecía “parvo”, palabra maldita que nunca hasta entonces había
escuchado. Nadie me informó de que podiamos haberlo vacunado. Y yo no lo sabía. No es disculpa, es la verdad. Debíamos esperarnos lo peor. Acongojados, tras dejar a Martín en el
colegio, mi mujer y yo nos acercamos hasta la clínica veterinaria, a visitarlo.
Estaba tumbadito en la jaula, inmóvil, como muerto. Le llamamos, le
acariciamos, le dijimos palabras cariñosas, pero él no respondió. Poco más
tarde, a eso de las 11 de la mañana, nos llamaron: había muerto.
Fuimos a recoger su cadáver y lo
metimos en una cajita. Lo llevamos a casa. Después fui al colegio, a recoger a
Martín. Lo primero que hizo mi hijo al verme fue preguntar por él. Se lo dije
sin ambages, con la sinceridad que merece alguien que acaba de perder a su
mejor amigo. Él se echó a llorar, y yo también. Nadie comió en casa ese
mediodía. Martín quería ver a su amigo Lagun, y abrí la cajita para que pudiese
despedirse. No dijo nada. Tras las clases de la tarde, y acompañados de dos
amiguitos de clase de mi hijo, también amiguitos de Lagun, cavamos un hoyo
profundo bajo un manzano, en un lugar en el que Lagun solía jugar. Antes de
enterrar la cajita, Martín quiso dejarle un juguetito, y me dio el que yo sé
que era uno de sus juguetes favoritos, una figurita de Bob Esponja; lo metimos
en la cajita, junto a Lagun, y lo enterramos despacio, mientras caía un fuerte
aguacero de nieve, granizo y agua.
Ya en la cama, Martín me dijo que
“veía en su cabeza cuántas cosas iban a hacer Lagun y él si no se hubiese
muerto”.
Son las 6 de la mañana y no he
dormido. Aún ahora me emociono y me cuesta escribir. Me asaltan sus recuerdos a
cada instante…
Fueron solo quince días… pero… ¡cuánto
le quisimos!
Descansa en paz, Lagun, amigo.
Juan Goñi
Juan, me he echado a llorar.
ResponderEliminarEn casa adoptamos dos perritas, galga y podenca, Desechos de los cazadores. Son un amor las dos. La galga vive con mi hija Berta y mi nieto Yuri, Y la podenca vive conmigo.
Te cuento esto para decirte lo bien que podemos empatizar con vuestra pena.
La bondad, la alegría y la amistad de los perros te penetran el alma.
Hace pocos días le hablaba-por email-a un amigo de la bondad de mi podenca Piula,,,Él me contestó con estas palabras que te traduzco del catalán: "La Piula es un ángel,,,a veces intuyo que seres como la Piula nos manifiestan la existencia de aquella geografía de la bondad que llamamos paraiso".
Me emocionó mucho.
El consuelo que os tiene que quedar es que le habéis dado a conocer a Lagun el calor de una familia y la amistad de un niño en sus últimos días.
Una perrera no es un buen lugar para vivir, pero tampoco para morir.
Ahora descansa en paz y se ha ido estimado y respetado.
Un beso a Martín!
Muchas gracias por tus palabras Pilar. Un abrazo!
EliminarEs ley de vida, todo el mundo sabe eso, pero como cuesta despedir a kien keremos. Yo también llore a mis txakurrak , yo también sentí esa pena honda cuando pierdes a un ser muy kerido. Con un perro aprendes a dar sin esperar otra cosa a cambio, aprendes a recibir, sin tener ke corresponder. Saludos y yo también he llorado mientras te leia, sintiendo y recordando.
ResponderEliminarAsi es, ley de vida. Pero como tu dices bien, es dificil no llorar cuando se pierde a un amigo. Un abrazo!
Eliminarlo siento mucho des de luego sois una familia fantastica y no podia ver tenido una mejor descansa en paz bonito animos familia besos y abrazos!!!!
ResponderEliminarGracias Rocío.
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