Joaldun de Ituren, ayudado para colocarse los cencerros.
Foto de Felipe Noguera.
Las nubes lamiendo las cumbres del
Ori, omnipresente desde Okabe, sobre el océano verde de un Irati
inacabable. El sonido de un hacha que golpea: “chak chak chak”, apuesta de aizkolaris
en Luzaide-Valcarlos. La desierta levedad blanca de Larra
nevado, en un día luminoso de invierno. Una jotica que se escucha entre las
callejuelas de una Tafalla
que saborea su noche veraniega.
Irati desde las faldas del Ori.
La tremenda barahúnda que todo lo inunda en la
alborada de un día primaveral en la Laguna
de Pitillas. El fragor de un cierzo inmisericorde en lo alto del Rayón, con
la Bardena
Blanca, ajada, anciana, asombrosa a mis pies. Un locuaz bando de pinzones
que viajan al sur atravesando las faldas de Atxuria. El sonido de la Vida, emoción
que atenaza el ánimo, la berrea del ciervo en Quinto
Real. El Ebro, imponente, paseando tranquilo por entre los huertos de
Lodosa. Un estanque azul turquesa, una tregua de quietud entre las prisas de un
Urederra recién nacido.
El Ebro a su paso por Lodosa
Un amanecer rojo, desde las alturas de Ujué,
mientras los romeros entran en el pueblo entre tañidos de mil campanas, el
Moncayo nevado al fondo de un paisaje de llanuras verdes de abril. Expectación
atenta en un partido de pelota en Labaien,
en una tarde fresca de un agosto gris. Nostalgias moras, judías y cristianas a
la sombra de la Catedral de Tudela.
Sudoroso respiro en la cumbre del Saioa, cuando parece que el Mundo entero está
a tus pies. Olor a costillas de cordero asadicas al sarmiento en un septiembre
de fiesta, perdido entre las calles revoltosas de Olite. Una encina añosa,
retorcida y enorme, en las faldas de Lokiz. El planeo inmóvil de un buitre que
entra a la Foz de Lumbier, reflejado en las aguas quietas del rio Irati.
Bardena Blanca desde el Rayón.
Ofrendas
naturales al cielo en las inmensidades verdes de Aralar.
Las grullas, encarando los Pirineos,
uve gigantesca en los cielos que apunta al norte desde Loiti. La figura enorme
de Sancho el Fuerte, congelada en el tiempo, en la Colegiata de un Roncesvalles
hoy desierto. Peregrinos que cruzan el Alto de Erro; bastones y conchas, botas,
ilusión y esperanza. El miserere eterno entre las piedras milenarias de un Leire
aterido un amanecer de noviembre. Una guitarra gitana que suena de noche en la
Calle Descalzos de una Pamplona acalorada. Jaleo de gente y olor a ganado en la
Feria de San Andrés de Estella. La blanca silueta de un alimoche sobrevolando
Arbayún, al fondo, imponente, el Arangoiti. Los penitentes del Valle de Arce,
brazos en alto sujetando las cruces, se inunda de campanas la mañana de Burguete,
letanías y vencejos, emoción.
Los peregrinos del Valle de Artze entran a Burguete camino de Roncesvalles.
Los
joaldunak de Ituren y Zubieta, cruzando el
puente de Latsaga entre brumas y veras, entre fiesta y tradición, cuando la
primavera es solo una promesa. Gallipienzo posado en su atalaya, deleitándose
en su paisaje extraordinario. Las almadias cruzando Burgui, el Esca enrabietado
y amenazante. “Pax avant, pax avant, pax avant”, manos que se entrecruzan sobre
la piedra inmutable, allí donde se besan Roncal
y Bearn; tres vacas que cambian de Valle en el tratado en vigor más antiguo de
la vieja Europa. Lizarrusti, entre Ataun y Etxarri Aranaz, tierra de Gentiles y
brujas, de quesos y hayedos.
Embalse de Irabia, en Irati.
Agiña,
donde Navarra se asoma al Cantábrico, a vuelo de pájaro de la Bella
Donostia, sobre el millón de hayas de Artikutza. Un águila pescadora que
sobrevuela Irabia, en una tarde de horizontes otoñales. Aromas a tomillo y a
romero, las currucas lo inundan todo con sus cantos incompresiblemente bellos
un amanecer de mayo en la Valdorba.
Atxuria - Peña Plata desde Larhun Txiki
Viana, que se solaza en su belleza renacentista, César Borgia entre sus calles
desiertas. El martilleo sorpresivo de un pito negro en la verde oscuridad de un
Bertiz que se resiste a despertar, en un amanecer brumoso y calmo de marzo. Elizondo
desbordante de jolgorio allá por Julio, mañana soleada, carrozas y Baztandarren
Biltzarra. La incompresible eternidad contagiándolo todo entre las mil puertas
de un Eunate solitario. La Artajona cercada por su Cerco, poderosa muralla que
resiste todavía. Urbasa,
llana y altiva, donde el agua se hace bosque que se hace agua que se hace
bosque que se hace agua….
Cerco de Artajona. Foto de Jesús Arbona.
Iranzu escondido entre robles y quejigos, deliciosa
joya casi perdida. San Donato capitaneando el Beriáin, bastión de un buque que se
siente montaña, varado entre los verdes de La
Barranca. El último roble, solitario entre las soledades del Bocal.
Irantzu - Iranzu
Todo eso es mi Navarra, y mucho
más. Todo eso encadenado, como su escudo rojo sangre; todo eso rodeando un
corazón verde esmeralda, verde como mi alma, que ansía todavía más arboledas
ilesas. Ni más ni menos que ninguno, este es mi pequeño trocito de tierra en la
Tierra, pequeñico y resultón, con los brazos abiertos de par en par, en el
eterno anhelo de permanecer como siempre. Solo para corazones animosos, desde
la sensación a la emoción, más cerca, casi a tu lado, Navarra te espera. Y yo también.
Navarra al Natural,
para ver Navarra de otra manera.
Juan Goñi
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