El río Arga cerca de su nacimiento en Quinto Real - Kintoa.
Foto de Felipe Noguera.
Los chinos, para expresar la
palabra honesto utilizan un ideograma que podríamos traducir como “aquel que se
alegra de ver correr el agua limpia”. Según esa
definición me considero radicalmente "honesto" y estoy seguro de que
tú también lo eres. Agua y vida son
sinónimos. Así que ahorremos agua para que los ríos desborden vida, mantengamos
los ríos limpios porque así podremos seguir siendo honestos. Mantengamos las
riberas limpias, libres y llenas de bosque.
¿Pero
qué es eso de “mantener el río limpio”?
Ahora,
cuando bajan fuerte los ríos y arroyos, cuando el deshielo llena los cauces, y
más en un año como este, pródigo en lluvias, se escuchan por doquier voces que
reclaman la “limpieza” de los ríos para evitar que se desborden. Si el río se
sale finalmente de su cauce es porque el río no está “limpio”. Esta idea está
profundamente enraizada en la cultura popular, al igual que ocurre con la idea
de que “hay que limpiar el bosque para evitar incendios forestales”; con
limpiar el bosque se quiere decir: “eliminar la maleza y la madera muerta”. Quizá
esto se deba a que durante años se han “limpiado” los cauces sin ningún pudor,
sin contemplaciones, aun sabiendo que esto no servía para nada, a modo de
placebo para mantener al pueblo callado y de paso ganar votos. En España estas
prácticas se siguen realizando siempre que se puede, sorteando las normativas
ambientales, amparándose en “medidas de emergencia”, actuando sin ningún
control ambiental, escudándose en la última “crecida” para meter las máquinas
al río. Estas laboras cuestan mucho dinero del erario público, dinero que cae
en los bolsillos de las empresas del
sector, que presionan vigorosamente, al igual que los afectados por las
inundaciones.
Rio Baztan-Bidasoa en Oiregi, junto al Señorío de Bértiz.
Foto de Felipe Noguera.
Sea cual
sea la causa de la crecida, no hay ocasión en la no se demande la “limpieza”
del rio, junto con otras aseveraciones del tipo: “si no llega a ser por las
presas, esto hubiese sido una catástrofe”; “cuánta agua perdida en el mar, ¡qué
lástima!”, y finalmente la desvergonzada afirmación del político de turno: “nos
saltaremos las trabas ambientales para ayudaros”, mameluco paternalista,
mentiroso e hipócrita, que viene a salvarnos y de paso a ganar votos.
El Anduña en Ochagavía.
Foto de Juan Goñi.
Limpiar,
según la definición de la RAE es “quitar la suciedad e inmundicia de algo”, y a
eso deberían ceñirse las actuaciones sobre los ríos. A eliminar la basura (residuos
de procedencia humana) de los cauces. Pero no, cuando se dice que hay que “limpiar”
los ríos se quiere decir “despojarlos de sedimentos, cobertura vegetal, madera
muerta, etcétera”, es decir, despojarlos de los elementos naturales del propio
río. Con ello se intenta aumentar la capacidad de desagüe del rio, es decir,
arrancar la vegetación y dragarlo. Y para ello se destruye el cauce, porque
se modifica su morfología construida por el propio río, se rompe el equilibrio
hidromorfológico longitudinal, transversal y vertical, se eliminan sedimentos,
que constituyen un elemento clave del ecosistema fluvial, se elimina vegetación
viva, que está ejerciendo unas funciones de regulación en el funcionamiento del
río, se extrae madera muerta, que también tiene una función fundamental en los
procesos geomorfológicos y ecológicos, y se aniquilan muchos seres vivos, directamente
o al destruir sus hábitats. En definitiva, el río sufre un daño enorme,
denunciable de acuerdo con diferentes directivas europeas y legislación
estatal.
El Ebro en Tudela. Foto de Felipe Noguera.
Estas prácticas se realizan con
maquinaria pesada, sin vigilancia ambiental, sin información pública y sin
declaración de impacto ambiental. En nuestro país estas prácticas siguen siendo
generalizadas, y constituyen una de las principales causas del deterioro de nuestros
ecosistemas fluviales.
Estas “limpiezas” sin inútiles, porque en
la siguiente crecida el río volverá a acumular materiales en los mismos lugares
“limpiados”. Si se draga el río, pocas horas después de la siguiente crecida
los sedimentos habrán rellenado de nuevo los huecos dejados por el dragado, y
la situación será exactamente la misma que antes del dragado. Como muestra,
bien vale un botón. Si el rio Ebro se dragase rebajando 1 metro el fondo del
cauce, teniendo en cuenta la velocidad del rio y otros factores, y para una
crecida de 2000 m3/seg, el nivel de la corriente solo bajaría 8
centímetros. “Limpiar” el río es tirar el dinero, es un despilfarro que no
puede admitirse en estos tiempos. Y no cabe ya ninguna duda de que dragar
cauces y arreglar las defensas tras cada crecida cuesta más dinero que
indemnizar las pérdidas agrarias.
El Ezkurra en Santesteban - Doneztebe.
Foto de Felipe Noguera.
Además, las “limpiezas” son contraproducentes.
Generan numerosos efectos secundarios mucho más costosos que los bienes que se
trataban de defender: erosión remontante, incisión o encajamiento del lecho,
irregularización de los fondos, descenso del freático (con graves consecuencias
sobre la vegetación y sobre el abastecimiento desde pozos), descalzamiento de
puentes, escolleras y otras estructuras, muy probables colapsos si el sustrato
presenta simas bajo la capa aluvial, etc.
Muchas veces se exige la limpieza de un
rio porque “se ha elevado el cauce”. Esto es generalmente falso. Si que a veces
se pueden crear “barras” de sedimentación, “islas en el rio que ayudan a
asentarse a la vegetación de ribera. El rio resuelve esta situación
profundizando el cauce junto a la barra, lo que compensa la capacidad de desagüe
del propio rio. A veces los habitantes de la ribera del rio exigen estas
limpiezas porque, según dicen, crecidas cada vez más pequeñas inundan más
campos. Esto no se debe a la elevación del cauce, sino a que el rio, comprimido
entre las “defensas” generadas por el Hombre, inyecta mucha más agua a presión
en las capas subterráneas, aumentando notablemente el nivel freático, y por
consiguiente, el rio crece antes hacia los laterales bajo el suelo que en
superficie. Este proceso es más lento cuanto más lenta sea la riada,
encontrándonos aquí con un gran problema derivado de la regulación actual de
los ríos. En los grandes ríos se juega ahora tanto con la gestión de los
embalses de sus subcuencas que se deforman totalmente las crecidas naturales,
de manera que para evitar que coincidan las puntas de cada afluente se termina
generando una crecida con la menor punta posible (para evitar daños en
poblaciones) pero, en consecuencia, muy larga en el tiempo, tardando varios
días en pasar esos caudales, lo cual es mucho más perjudicial para la
agricultura. Pues bien, estas crecidas tan lentas recargan los acuíferos
aluviales con gran eficacia, generando estas cada vez más frecuentes
inundaciones freáticas de amplias extensiones.
El Bidasoa junto a Sunbilla.
Foto de Felipe Noguera.
Por la misma
causa antrópica, en casos puntuales y muy locales, y siempre en tramos
regulados y defendidos, el cauce sí puede crecer ligeramente por acumulación de
materiales. Se debe a que se ha constreñido el río con las defensas y a que la
regulación de caudales impide la correcta movilidad y transporte de los
sedimentos. Hay que reflexionar, por tanto: si se quieren mantener los actuales
sistemas de defensa con diques longitudinales habrá que aceptar ciertas
consecuencias, como que la carga sedimentaria no pueda expandirse en la llanura
de inundación y se mantenga dentro del cauce. Y si se quiere tener embalses
reguladores, cada vez más y mayores, habrá que aceptar la abundante vegetación
que favorecen en los cauces aguas abajo. En suma, si hubiera más crecidas
naturales la vegetación crecería menos y los sedimentos se clasificarían mejor,
y si retiráramos las motas se distribuirían más los sedimentos lateralmente.
Pero la propia invasión humana del espacio del río y el empeño por regular y
controlar los caudales han sido las causas de que los cauces estén en
permanente ajuste frente a los impactos que sufren y presenten unas
características que hoy se consideran negativas cuando llegan los procesos de
inundación.
El Bidasoa en Sunbilla.
Foto de Felipe Noguera.
Y es que son
precisamente las crecidas el método que utiliza el rio periódicamente para
limpiar su propio cauce. Lo hace mucho mejor que nosotros, tiene cientos de
miles de años de experiencia. Su propia morfología, con la ayuda de la
vegetación de ribera sirve para contrarrestar sus excesos, sus crecidas. Y esto
se hace de forma natural mucho mejor y mucho más eficientemente de lo que el
Hombre lo hará nunca. Y sin gastar un solo euro.
Sí que podemos
limpiar el río retirando manualmente los desechos humanos que se acumulan en
sus orillas (manualmente, sin maquinaria), o reubicando la madera muerta que se
amontona bajo los puentes en los bosques de ribera, para que siga ejerciendo su
vital labor ecológica. Esto si sería una buena actuación de “limpieza” de un
río.
El río Artesiaga, cerca de Irurita.
Foto de Felipe Noguera.
Antes de exigir
airadamente la “limpieza” de los ríos deberíamos entender cómo funciona el río,
adecuarnos a él no con medidas de fuerza, sino ordenando adecuadamente el territorio.
Las zonas inundables se inundarán siempre, hay que mirar a largo plazo y
adecuar el uso de estas zonas a su propia naturaleza. La “limpieza” de los ríos
no impedirá las inundaciones, la “limpieza” de los ríos es costosísima e inútil,
destruye el cauce, tiene un gravísimo impacto ecológico y puede originar graves
consecuencias tanto en el medio natural como en los usos que el Hombre da a
estos espacios fluviales. Hay que realizar una enorme labor de concienciación y
educación para que se renuncie a este tipo de actuaciones y para que se promuevan
nuevos mecanismos de gestión y de convivencia con el rio.
Dejemos correr los ríos
limpios y libres, porque Libertad, Limpieza y Vida son atributos indisolubles
de la honestidad. ¡Corre libre Río! da Vida y Limpieza a esta bella tierra, y
honestidad a sus hombres y mujeres.
El Esca en Roncal.
Foto Juan Goñi.
Gran
parte de la información de este artículo ha sido obtenida desde el blog “Cuidando los Ríos” (que fervientemente
te sugiero), de Alfredo Ollero, profesor de Geografía Física y
científico fluvial de la Universidad de Zaragoza, defensor de ríos, valedor del
gran valor de lo más despreciado y temido por la sociedad: los cauces secos,
las gravas, la geomorfología fluvial, las crecidas, las inundaciones, la
erosión, las orillas que se desploman, los cauces que cambian de trazado, todas
las muestras de la fuerza y la actividad de la naturaleza fluvial.
¡Muchas gracias por tu inestimable
labor, Alfredo!
Juan Goñi
qué bueno! Clarificador...Tanto que se escucha que hay que limpiar los ríos, yo desde mi más absoluta ignorancia del tema, ya pensaba que lo que tenemos que hacer es no ensuciarlo. Perfecto explicado. Y cómo me alegra que haya gente como vosotros que ponen sentido común y conocimientos a tanta apisonadora de la Naturaleza. Un saludo!
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