Cara y cruz de Navarra.




Dice una vieja leyenda que Doña Blanca de Navarra tenía el corazón partido entre Olite y Ujué. Cuando estaba en el Palacio de Olite se asomaba a un balcón desde el que se divisa Ujué, y allí, sentada en el poyo de piedra junto a la ventana, rezaba a la Virgen mientras perdía la mirada entre los torreones de la Fortaleza ujuetarra. Por el contrario, cuando estaba en Ujué, se acercaba a otro ventanal de la Iglesia fortificada desde donde se tiene una espléndida vista de Olite y la llanada de Tafalla, y allí añoraba la belleza del Palacio Real, sus lujos y sus fiestas.

Algo parecido me pasa a mí. Cuando me pierdo por los bosques de la Montaña Navarra, mi corazón añora los paisajes infinitos de la Bardena, sus colores, su perenne  aroma a tomillo y a romero, sus sonidos y su paz. Cuando paseo por este desierto de paisajes atormentados me parecen imposibles los bosques inacabables de Irati o de Bértiz, el constante rumor del riachuelo cantarín, el olor a hierba, la luz verde bajo las hayas.

Ahora salgo para Bértiz. Pero un trocito de mi sigue vagando por la Bardena, escuchando el canto de los abejarucos de mil colores, sorprendido una y mil veces de los matices de la tierra envejecida a golpe de cierzo y de agua, de milenios de soledades confusas.

Bértiz y Bardenas, dos paisajes enfrentados y hermanados, tan dispares, incomparables panoramas de la misma tierra, cara y cruz de mi vieja Navarra, que, como yo, tiene el corazón partido.

Juan Goñi

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