El Bosque: Sobrio pero amable.




Es imposible. Me veo incapaz de fotografiar “el ambiente”. Solo puedo tratar, torpemente, de describir con palabras lo que se sentía ayer bajo las hayas de Bértiz. El sonido del bosque, como siempre, era el sonido del silencio. Un silencio lleno de vida, lleno de sonidos. Los trinos del chochín, del petirrojo o del pinzón nos acompañaron durante todo el camino. Los pasos apresurados de dos corzos que se asomaron desde la espesura a vernos pasar, y huyeron tras saciar su curiosidad, crujidos de hojarasca que se pierden entre reflejos. El canto desconcertante del picamaderos negro allí lejos, tras la muralla verde de un ejército de hayas. Una ardilla que anda presurosa sobre los troncos musgosos de un viejo árbol roído por el tiempo.  El pollo de un zorzal que se escapa raudo de nuestras pisadas cercanas. Y la voz sigilosa de unos amigos que contemplan maravillados la belleza del bosque milenario; sobrio pero amable, solitario pero habitado, silencioso a la vez que parlanchín ¿Antónimos?  Qué va. Lo único que ocurre es que mi torpeza no me permite describirlo mejor.

Expresivo, el bosque es un gran comunicador. Locuaces son los trinos de sus aves, el canto del riachuelo, el viento que murmura bendiciones desde lo alto de la cúpula verde. Elocuente el brillo de tus ojos cuando miras más allá de lo que ves. Discreto pero expresivo el lenguaje mudo de los árboles, oradores eternos, adorando al Sol y a la Vida desde las entrañas subterráneas de su alma. La criatura Bosque suena a Paz, su corazón late tranquilo, su respiración es lenta y serena;  asimila el Sol transparente, convirtiendo la luz en vida luminosa. A cada instante.

Silencio pese a todo. Sigilo en los vaivenes de los ratones de campo en las ramas muertas del haya anciana. Discreto el jabalí que descansa bajo el  ramaje, cauteloso el dormitar del cárabo sobre la rama más oculta. Callada labor de millones de criaturas afanosas: lombrices, babosas, ciervos, gavilanes, mariquitas, libélulas, abejas, escarabajos, serpientes, ranas, bacterias, caracoles, murciélagos, hongos, musgos, lagartijas, helechos, gigantescos robles y diminutas hormigas. Todos unidos en pos de la Vivacidad; la mejor orquesta sinfónica, interpretando, en silencio, eternamente, la más apasionante composición del Universo.

Y ¿cómo se fotografía todo esto? Quizá retratando la actitud de mi amigo Pep, que vuelve su mirada hacia la Catedral Verde, asombrado, emocionado, cómplice y compinche de Todo Esto que te cuento.

Juan Goñi

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