"El otoño es la
estación de los ojos que miran"
George Seferis
George Seferis
Comienzos de otoño en Malerreka, Navarra/Nafarroa.
Foto de Felipe Noguera.
El otoño campea por sus
perdederos conquistados sin recato y sin miedo. Es el reinado absoluto de lo
dulce, de lo suave, de lo cálidamente fresco. El aire se enfría purificándose y
purificándonos, limpia la transparencia de las tardes amarillas, de los limpios
cielos nocturnos, de las mañanas brumosas. Se abren las carnes de la tierra y
asoman delicias en forma de setas, languidecen las hojas de los árboles y se
tornan en millones de flores de colores, aparecen los frutos más dulces: uvas,
moras, frambuesas, castañas, nueces, avellanas… Huele a humus, a tierra mojada.
La Naturaleza se convierte en su propia despensa para que sus habitantes
consoliden sus propias provisiones; depósitos de sustento para que el invierno
se parezca un poco al otoño. Pero es que además el otoño es promesa de vida
futura, es inversión, que no gasto ni especulación, a largo plazo. El suelo se
llena de bellotas, de hayucos, de nueces que son la ofrenda del bosque a su
futuro y al nuestro (si lo hay).
Pese a todo la gran mayoría de la
gente no advierte estos cambios, no le importan, no le comprometen ni le
entrañan; sin duda se trata de una de las mayores ignorancias, uno de los más
profundos atrasos a los que se puede ver empujado un ser humano. Creerse fuera
del paisaje es estar en la inopia, habitar entre tinieblas, ser inepto,
estúpido, incapaz y desdichado. Esa
gente es mucha gente, hace más ruido, importa más que tú y que yo; están
condenados de por vida, no mucho más podemos hacer por ellos. Se pierden sin
paisaje, como un ave desorientada, como una flor a destiempo, como una
golondrina entre la nieve. No saben leer el libro de la vida, no ojean, no
perciben, no sienten, no se miran, y caminan por una existencia inexistente, al
grito de “¡Ala Madrid!”. Subidos en una lata a mil por hora van de prisa en
prisa, sin tiempo para nada, si paran se aburren. En su perfil nunca se les
olvida escribir que aman la Naturaleza porque está de moda; viven el otoño del
Corte Inglés, entre bufandas en oferta y cálidas chaquetas de última moda. Celebran
Halloween en el MacDonalds con una superburguer y una figurita de regalo para
el niño. No se olvidan de su bandera ni cuando defecan, a veces improperios, a
veces heces, a veces ofensas a otros que se visten de otras banderas.
No interesa que mires, amigo, no
interesa. Porque interesarse por el mundo que te cobija es leer tu historia, es
conocer y conocerte. Y eso, amigo, quizá te haga pensar, te ayude a entender, te
haga planificar, juzgar, deducir, sonsacar, razonar. ¿Cómo permitir semejante
patinazo? La irreflexión es la norma, la
observación es revolucionaria, pecaminosa, corrompida. Porque la observación de
la belleza es gratuita, no acrecienta el consumismo, no alienta el crecimiento
sino es el de tu conciencia y tu integridad. Porque el conocimiento de la
Naturaleza y sus ciclos conduce sin remedio a unas derivas éticas, a unas
consideraciones sobre nuestra actitud, a unas conclusiones inclusivas del todo
en la parte. En definitiva, la comprensión, aunque sea mínimamente, de los
complejos procesos que dan la lugar a la Vida y por tanto a la Belleza de este
planeta pueden convertirte en otro incómodo ciudadano que piensa, pregunta y
exige. Y quizá el razonamiento te lleve a la ideología y a la opinión. Y si
llegas ahí, quizá termines por limpiarte el culo con aquella bandera, a dejar
de mirar la pantalla que ellos colocaron frente ti, pantalla encubridora,
pantalla carcelera, pantalla embustera y falaz, hipnótica, mendaz y tramposa.
Observar la Naturaleza es consustancial
a amarla. Y eso hoy, no lo olvides amigo, implica amotinarse. Quizá terminen
por colgarnos a todos del palo mayor de este barco a la deriva, con la bandera
aún metida en el culo, los ojos y el alma llenos de bellos otoños, la mirada
asombrada y el corazón sereno. Por fin.
Juan Goñi
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