Ovejas latxas pastando en los prados de Basaburua Mayor.
Foto de Ángel Villalba.
La oveja latxa es la típica oveja
del País Vasco y el noroeste de Navarra. También las podemos encontrar, aunque
en mucha menor medida, en las montañas de Cantabria, Burgos e incluso Asturias.
Latxa significa basta, áspera, y hace referencia a esta cualidad de la lana de
este animal. Es una lana de poca calidad, que antiguamente se usaba para hacer
colchones, de ahí que a esta oveja también se la conocía con el nombre de oveja
colchonera. Ahora su lana se exporta y para ser utilizada en la confección de
alfombras o tapices. Son animales que se reconocen fácilmente por su largo
pelo, que llega casi al suelo. Las hay fundamentalmente de dos subtipos: la
burubeltza y la latxa de cara rubia. En Navarra domina claramente la latxa de
cabeza negra, burubeltza. Además la mayoría de las hembras de la burubeltza
tienen también cuernos.
Esta raza autóctona es, según opinión
muy generalizada, la más primitiva de las razas ovinas de la Península Ibérica.
Las ovejas latxas están estupendamente adaptadas a la climatología de este
territorio. Su vellón, su lana, seca enseguida, lo que evita que la oveja se enfríe.
Su rusticidad, su carácter montaraz y su agilidad de movimientos están
perfectamente adaptados a los terrenos montañosos donde pastan.
La oveja latxa pasta durante todo
el año al aire libre. Entre diciembre y enero se producen los partos, que suelen
ser difíciles. Esta raza tiene un periodo de gestación largo, de 154 días, por
lo que los corderos, al nacer, son relativamente grandes. De ahí que en el
momento del parto, estas ovejas han de ser ayudadas por el pastor para evitar
mayores problemas. Así pues, durante el invierno, en la época de partos y
ordeño, estas ovejas permanecen en el valle, en los pastos cercanos al caserío,
donde mantienen limpios los prados. Durante las noches frías de invierno,
duermen en el corral del caserío. Un mes después del nacimiento, el cordero es
separado de la madre, y es entonces cuando la oveja se empieza a ordeñar. Esta
raza da aproximadamente un litro de leche al día, durante más o manos 144 días.
Con esta leche se elabora el famoso queso Idiazábal, así como una deliciosa
cuajada. Para elaborar un queso de un
kilo, han de utilizarse al menos 7 litros de leche. Cuando termina el periodo
de producción de leche, las ovejas latxas suben a las montañas para aprovechar
los ricos pastos montanos de la primavera.
La "ardilatxa" no es la oveja más
productiva, ni en leche ni en lana (la producción de lana no amortiza ni si
quiera los gastos de esquileo). Pero en cambio es una oveja extraordinariamente
adaptada a estas tierras y a este clima. Los prados verdes y bien cuidados que
podemos disfrutar en nuestros paseos por el noroeste de Navarra no serían lo
mismo sin el buen hacer de la latxa. Hay, indudablemente, un cariño especial
por esta raza por parte de los ganaderos navarros. Todo ello ha provocado que
la latxa se haya convertido en un emblema, en un icono de toda una forma de
vivir, de sentir, de amar a esta tierra y a estas montañas.
Los paisajes de Urbasa, de la
Barranca, de Aralar, de Leitzaran, de la regata del Bidasoa o de Irati son como
son, en gran medida, por la existencia de esta raza de oveja. El trabajo
continuado de generaciones de ganaderos ha conseguido dibujar los panoramas de
los que nos sentimos tan orgullosos. Hoy,
cuando todo se mide exclusivamente por su precio y no por su valor, los
pastores de latxa siguen trabajando en pos del mantenimiento de un modo de vida
en el que parece que solo ellos creen. Soñadores irredentos, cada vez con menos
apoyo de la administración y con escaso reconocimiento social, mantienen
nuestra cultura, nos recuerdan otros tiempos, y hacen una intensa labor en la
defensa de la Naturaleza. Va siendo hora de reconocer a estos hombres y mujeres
su descomunal aportación al Medio Ambiente. Cada vez se hace más necesario
nuestro agradecimiento y gratitud a los pastores por todos estos regalos que
nos ofrecen: el deleite de un “quesico” de oveja, la dulzura de una cuajada
extraordinaria, la contemplación de los prados de mi tierra, de verde impoluto,
en los que se regocija mi mirada.
Pero no solo de agradecimiento
vive el hombre. Ya es hora de que a estas gentes se les reconozca la labor
medioambiental que sus rebaños desempeñan. En otros países, los ciudadanos
pagan un impuesto a los agricultores y ganaderos locales por los servicios
medioambientales que ejercen. Deberíamos tomar buena nota. Y, mientras tanto,
consumir los productos locales de estas gentes, sin cuya ingente labor no
serían lo mismo las montañas ni los valles de nuestra tierra.
Juan Goñi
Asi es...gora ardilatxa!
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