Amanecer desde Orabidea, Baztan, Navarra - Nafarroa
La Naturaleza sigue
procesando sus procesos. Y aunque nunca nada es final, y por lo tanto
no hay principio alguno, nada comienza sin haber antes cobijado
profundamente sus raíces. Lo que me rodea baila al son de un confuso
y permanente vaivén. Y yo trato de hacer lo mismo, sin conseguirlo
casi nunca. El justo equilibrio entre lo que se fue, lo que se es y
lo que se será. El preciso pendular entre un pasado que no volverá
y un presente que se escapa como arena entre los dedos. La cuidadosa
estabilidad entre vivir un presente que lo es todo y la tarea de
alentar un futuro sin violentar la firmeza del ahora. Y ahí
estamos, bailando en la cuerda floja del hoy que enlaza eternamente
el ayer y el mañana, con la sombrilla en la mano y la mirada en el
infinito, a punto siempre de caer, dando pequeños pasitos de ciego,
con el alma siempre en vilo.
Pero en las mañanas como
esta con la que el locuelo abril ha decidido agasajarnos, todo parece
detenerse por un instante. Todo parece asentado, seguro y evidente.
La prudencia se escurre ante el espectáculo de la vida por doquier y
uno se desgañita en silencio porque el mundo parece querer comérselo
todo a besos. Y me salen brazos enormes de los ojos porque a todo
quiero abrazarlo con la mirada. Y me salen labios de los oídos para
besar todo lo que canta revoloteando entre mis tímpanos.
Al equilibrista a veces
le salen alas del corazón. Y entonces arroja la sombrilla por la
borda, y el miedo se va por el desagüe. Sabe que no caerá, así que
planta sus pies firmemente en la cuerda floja, coloca los brazos en
jarras, arrogante y bravucón, y se lanza a cantar sandeces sobre lo
bonita que es la vida y sus milagros. Y entonces parece, solo parece,
que todo comienza de nuevo.
Juan Goñi
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