Agosto agostado y exhausto.



Agosto se va arrimando a su final, exhausto y agostado, seco, caluroso, implacable. Las aves más calladas que de costumbre, y los prados de mi tierra amarillos y crepitantes. Hacía mucho tiempo que no veía los montes tan secos. Amarillean también los helechos, y algunos robles, los más expuestos, aparecen ocres y apagados, agotados. La sequía está siendo muy fuerte y los más viejos del lugar comentan que nunca vieron tamaña ola de calor. La verdad es que casi se nos han olvidado los eternos días de xirimiri, las tormentas de verano, lo chubascos intempestivos que refrescan el ambiente y dan tregua a los esforzados habitantes del bosque. Aun así el bosque aparece majestuoso, aguardando lo que sin duda llegará: el tierno otoño de las montañas verdes, la marea ocre y amarilla de las húmedas tardes de castañas y setas.

Las aves se refugian en los grandes bandos compuestos por múltiples especies: carboneros, herrerillos, agateadores, trepadores, mitos o reyezuelos, que han ido disolviendo sus familias y encaran el cambio de estación adoptando estrategias defensivas. Y así, el bosque aparece todavía más silencioso que de costumbre. Pero de pronto, inusitadamente, un gran pelotón de invisibles seres alados cruzan por encima de tu cabeza, con sus mil cantos que les ayudan a permanecer juntos, escondidos tras la fronda todavía verde de hayas y robles. Y así recuerdas que pese a todo, la Natura sigue con su tenaz empeño de sobrevivir, con su terca voluntad de perpetuarse y la contumaz labor de llenar cada metro cúbico de lo que llamamos Biosfera de vivacidad, de colores y sonidos, de ejemplos para el curioso amante de lo vivo.

Finales de agosto, finales del ciclo, principios de promesas y de duros retos para la continuidad, el bosque agotado se recuesta en el silencio de su otoño presagiado.

Juan Goñi

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