La Catedral Verde




Nos gusta callar ante el imponente porte del Bosque poderoso. Como quien entra en una catedral, silenciosos, buscamos en las alturas arbotantes y arcadas, contrafuertes, columnarios y bóvedas. Profundas sensaciones, reverenciales silencios, sigilosos pasos entre los recovecos  de este santuario a la Vida; a ti y a mí; a Todos y Todo.

Los monjes tienen alas en este templo del que son clérigos tus ojos apasionados; farolillos que tintinean en cada esquina; campanas que repican desde lo alto, al viento y al cielo azul y limpio.

Prelados y rectores son las hayas y los acebos, confesores para tu alma que siempre absuelven tus desdichas y las diluyen. Ungidos bajo los robles, paseamos limpios de pecado y de zozobras. Párrocos y abates, priores y frailes que oran bajo la arboleda cantando, viviendo, siendo parte y todo de la ingente complejidad vital del Bosque.

Soy seminarista de esta religión, aprendiz de esta festividad que celebra la vivacidad entre trinos y susurros. Tú eres el protagonista de esta celebración, porque tienes sentimiento e instinto, porque tienes corazón y mente, porque tienes manos que se aferraron a las ramas, manos que añoran asideros de Libertad.

Hoy nos iremos de nuevo a Bértiz, un lugar para evocar que, hoy como siempre, “somos como somos porque no hace mucho tiempo, fuimos Bosque” (*). Un lugar para comprender que “somos como somos porque somos poco más que hijos del Bosque”. 

Juan Goñi

(*): Frase de mi amigo Joaquín Araújo, con el que comparto la Esperanza en un Mundo como un Bosque de Bosques.

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