Asoma el otoño.


 Hayedo en las proximidades de Urrotz.

El otoño asoma por los bosques con la tenacidad de lo inevitable, con la certeza forzosa de lo irrevocable. La primavera llega por el aire, desde el sol, y se percibe en los aromas y en los colores del cielo; pero el otoño viene desde el suelo, desde las mismas entrañas del Mundo. Los helechos se van tornando cobrizos bajo estos cielos macilentos de septiembre. El sendero va cubriéndose de hojas, algunas aún verdes. Los árboles simulan no darse por enterados, y siguen exhibiendo su vestido veraniego, pero se diría que ya les invade el espíritu del otoño, conquistando cada rama, cada hoja, cada célula desde sus raíces profundas. Se borran escrupulosamente los vestigios del pasado. Con la perseverancia de quien se sabe victorioso, el otoño se adueña de los árboles y los acicala, los embellece con bronces, bruñe poco a poco cada una de sus hojas. 

Si permaneces quieto bajo las hayas, sobre la alfombra cada vez más espesa de mil hojas que dormitan, sientes la plácida invasión otoñal que poco a poco se adueña de tus poros, de tus ensoñaciones, en definitiva, de tu alma, que se abandona a la romántica placidez de un otoño que ya camina por la arboleda.

El otoño nace adulto; quizá olvidó la niñez en su escondrijo. 

Juan  Goñi

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