Tarde perezosa.

 Turrón y la tarde



La tarde moría despacio, con la calma con la que ocurren las cosas importantes. Mi perrico Turrón y yo paseábamos por el amarillo atardecer, en silencio. Escuchar como el mundo se va a dormir es uno de esos secretos hechizados que ya casi nadie disfruta. Soplaba una suave brisa, fresca pero dulce, que no movía las ramas de los árboles. De hecho nada se movía salvo el rabo de Turrón, reloj de péndulo atolondrado, a no ser que te fijes bien, claro.

Un silbido me llama la atención. Entre las ramas de un gran fresno que me cubre una pareja de mitos hacen acrobacias cabeza abajo. Bolita de plumas, cola larga, la simpatía de un saltimbanqui que brinca entre los árboles. Y un poco más allí la silueta de mi primer milano negro de la temporada rasga el azul inmaculado del cielo.

Desde el rio me llega la bocina inconfundible del mirlo acuático. Siempre he pensado que al mirlo le gusta ir tocando la bocina cuando vuela a ras de agua, como avisando a todo el mundo que ese carril está ocupado. Parece decir: “¡Voyyyyyy! ¡voyyyyyyy!”. Y desde luego que va…. ¡A toda velocidad!

Cruzo un pequeño riachuelo en el que flotan los primeros zapateros. Siempre me explican aquello de que flotan por la tensión superficial… a mí me gusta pensar que simplemente es magia. Llevan unos diminutos zapatos mágicos que alguna lamia les regaló, y así viven eternamente haciendo esquí acuático.

El sendero serpentea, como jugando al veo veo con el riachuelo cercano. Veo Veo… ¿Qué ves? Un bonito eslizón que me sale al paso. Afortunadamente Turrón está ocupado con otros quehaceres. Lo recojo y lo escondo entre la hierba alta. Brilla su piel al sol de la tarde… parece encerado como el suelo de un palacio. ¡Qué mala suerte, parecerse a una serpiente! Cuántos de vosotros caen aplastados por su apariencia… ¡cuántos de nosotros cargan con la pesada penitencia de su apariencia! Es este un mundo de apariencias; algunas se toleran, la mayoría se padecen, unas pocas te cuestan la vida. Se oculta el eslizón, parsimonioso como el sol que resplandece en su piel.

Un poco más allí hay un grupito de burros perezosos. Y al otro lado del crepúsculo un rebaño de ovejas. Y sobre mí la boda de una pareja de carboneros. Y junto  a mis botas, dos mariposas que abanican la tarde.

.- Ven Turrón, nos quedaremos aquí un ratito más. Mira qué bien se está.

Un cárabo asiente en la arboleda tras de mí. Y media docena de cormoranes pasa bajito sobre el rio. Y así yo voy sorbiendo la tarde perezosa. Distraído con mis bobadas, callado y quieto, y me despreocupo de casi todo mientras Turrón, por fin, encuentra postura y se acuesta a mi lado. Y el sol refulge en su lomo y en la superficie callada del riachuelo que nunca se cansa.

Juan Goñi

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