Artikutza - Navarra -Nafarroa.
El cielo se había cubierto de una
cerrada techumbre de nubes densas y grises. El aire permanecía quieto. El ambiente
era húmedo y caluroso; en cierta manera, opresivo. Mi soledad impregnaba el
paisaje de un hálito misterioso; mis ojos saturados de verde, mis oídos
sumergidos en el silencio, y yo empapado hasta los huesos en el elogio insondable
del bosque que respira. Me detenía a cada momento antes las formas
indescifrables de los árboles muertos, ante las curvas enigmáticas de las
viejas hayas, ante la nobleza vertical del roble impertérrito. El suelo, tan
acolchado, tan dócil, tan dulce, me invita a caminar suavemente por no hacerle
daño. Y mi mente va retozando de sorpresa en sorpresa.
Las hayas jugaban conmigo. Se
movían a mi espalda, o así lo imaginaban mis oídos. Pero al volver la mirada se
aquietaban; se le congelaba la sonrisa al paisaje a mi espalda, ante mis ojos. “Un
dos tres, ¡pan chocolate inglés!”. Los árboles se divertían a mi costa, como niños
que juguetean con un gatito. Y yo participaba halagado en esta travesura inocente
y encantadora.
Dos horas de deleite en soledad.
Dos horas de viaje incomprensible. Dos horas de ambiguo y asombroso caminar por
la arboleda. Dos horas para encontrar lo que vine a buscar.Y otras dos para volver.
Aún me faltan respuestas, pero
ahora sé dónde andan la mayoría de las fichas del tablero.
Volveré, Artikutza, volveré, no
lo dudes. Fascinantes silencios, prodigios en cada recodo, colosales titanes
verdes y pequeños milagros, silbantes palabras susurradas... El tiempo ha sido confiscado de tus arterias
de verde y de agua, enterrado para siempre bajo tanta belleza coagulada entre
las ramas. Y allí, sin tiempo que echarse a la boca, almuerzo portentos y
magias, y sucumbo agradecido ante tu grandeza turbadora.
Juan Goñi.
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