Ocaso.



Ocaso.
Monfragüe - Extremadura.

El atardecer se echa encima con sus cielos ardientes, con su brisa fresca, con su extraña manera de difuminar los contornos de la realidad. Canta el cárabo desde su vieja encina mientras las golondrinas revolotean buscando un buen acomodo para pasar la noche y el mirlo canta sus últimas estrofas del día. El mundo muda y se restaura el silencio roto. Los ciervos se aventuran más allá de sus dominios, y se dejan ver con la atenuada luz que devuelven las nubes. Un lucero aparece en el cielo, blanco, puro, arrimo de apoyo para la tierra y el cielo. Y el viento se enfría por momentos.

Se va el Sol como si no fuera a volver.

Al alba el día rebrotará por el oeste y repartirá de nuevo los naipes a los supervivientes. Y refundará luces, colores y trinos, y todo parecerá lo mismo aunque nunca lo es. Pero yo ya no estaré.

El mundo camina hacia el fin del invierno, alegre y apacible. Yo lo intento sin conseguirlo del todo. Me gustaría saber despedirme como el Sol. Pero solo se partir, sin siquiera una promesa de volver, casi sin voz.

Hoy permanezco en silencio, porque entre tanta oscuridad no consigo hallar palabras para ponerlas a tus pies. 

Juan Goñi


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