Noche de invierno





Una dama blanca derramada por los tejados ilumina fantasmalmente la noche. La nieve, lluvia con alas hoy suavemente posada en el paisaje, huele a paz y a desamparo. Las estrellas titilan en el cielo limpio, desinfectado, puro de frío y silencio. La balaustrada de mi balcón refulge como mil diamantes a la miedosa luz de las farolas. Hiela sin miedo ni cautela en la noche muda. Y el mundo congelado aguarda a no sé qué, sin viento, sin ruido ni despiste.

La ausencia se fortalece en este tiempo sin sustento. En el pasmo de mi frío despertar no se adivina el amanecer y todo es aplomo embrujado. Serenidad mortecina, tenue y quebradiza, de hielos sin fronteras, de invierno vigoroso. No hay sorpresa en este paisaje detenido. Solo calma. Insistente y dura calma, apatía sin esperanza, abandono impávido y tembloroso.

Hay que emplearse a fondo para comprender que no todo está perdido. Manejar con cautela la esperanza para que nos dure hasta el amanecer. Y acercar las manos y el corazón al fulgor de tu recuerdo para no perecer ahogado en esta aturdida y dura tiniebla gélida y pasmada. La noche hoy se disfrazó de muerte, confortable y serena muerte negra.

Un gato cruza raudo bajo el farol helado. Y un perro lejano aúlla tras los resquicios cerrados de las sombras. El recuerdo de tu sonrisa me ilumina el alma cuando, derrotado, cierro de nuevo mis ojos.

Juan Goñi

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