Los
ciervos se reúnen en alrededor de los últimos claros del bosque donde
aún queda pasto bajo la nieve. El Príncipe del Bosque escarba con sus
patas la cubierta de nieve y busca debajo los brotes y tallos helados de
los que depende su supervivencia. En el silencio del bosque nevado
puedo oír su respiración y puedo sentir en el suelo sus pezuñas
escarbando. Dentro de pocos días perderán sus cuernas que resurgirán más
grandes, más prodigiosas, dignas del más apuesto Príncipe de la
Arboleda. Su nueva corona estará lista a principios de julio y con ella
medirán sus fuerzas en el lejano octubre en su búsqueda de pareja y
descendencia. Alrededor de estos magníficos animales, petirrojos,
carboneros o pinzones aprovechan su trabajo y se esmeran en los lugares
libres de nieve a la búsqueda de pequeños insectos, semillas o brotes de
los que alimentarse. Todo el Bosque baja la guardia, la prioridad es
alimentarse, contar con recursos energéticos para soportar el frio
reinante. La manada de machos me mira, consciente de mi presencia, y
sigue ramoneando el suelo helado. Quizá hayan olisqueado en mi mirada el
tufillo leve de la admiración y el amor. Quizá hayan percibido que soy,
en estos momentos, uno más en la noble estirpe de los Habitantes del
Bosque, uno más de sus humildes súbditos.
Juan Goñi
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