El mochuelo, el pequeño búho curioso.


Hoy os presento al mochuelo (Athene noctua – Mozolo Arrunta), el pequeño búho de los espacios abiertos, de los paisajes amplios y despejados. La más diurna de las rapaces nocturnas, suele buscar cobijo en las edificaciones medio derruidas que jalonan nuestras campiñas agrícolas; es más abundante en los ambientes mediterráneos que en los cantábricos. En estas fechas no es extraño detectarlo posado en un montón de piedras, posado en lo alto de un poste, o encaramado al tejado de un corral, a plena luz del día. En la Grecia Antigua fue el mochuelo asociado con el conocimiento y la inteligencia, y por ello su nombre científico coincide con el de la diosa griega Atenea, o Atenas, diosa de la Sabiduría y la Civilización, motivo por el cual es actualmente el símbolo de la capital griega. Hegel, el famoso filósofo, lo adoptó como metáfora de la Filosofía. Por desgracia, durante muchos siglos nuestros antepasados lo consideraron un ave de mal agüero, y junto con lechuzas, cárabos y búhos, sufrieron persecución sin desmayo. Hoy sabemos que son leales cuidadores de nuestros campos y nuestros huertos, acabando con gran cantidad de pequeños ratones, caracoles e insectos, ayudando a mantener el ecosistema que nos da de comer. El año 2011 la Sociedad Española de Ornitología (SEO/BirdLife) lo declaró como Ave del Año debido a la preocupante situación de nuestras poblaciones de mochuelos. Este ave, como muchas otras, está padeciendo los cambios en nuestros usos agrícolas, y se ve gravemente afectada por los pesticidas que esparcimos por doquier. Todas las especies de aves de estos ambientes están reduciendo drásticamente sus efectivos, y siendo como son nuestros amigos alados excelentes bioindicadores del vigor de un ecosistema, nos alertan dramáticamente de la mala salud de nuestros cultivos, y por ende, de la mala calidad de nuestros alimentos. Me mira curioso, como siempre, el mochuelo, y ejercita esos movimientos de cabeza tan cómicos que le caracterizan. Clava en mis prismáticos sus ojos amarillos, regordete y pequeñín, el que pudiera ser el último mochuelo de la zona. En el ardiente anochecer de estas tardes primaverales llena los solitarios secanos con su reclamo cada vez más escaso, cada vez más raro; inopinadamente levanta el vuelo y se pierde entre zarzas y ribazos. Deseo ardientemente que le vaya bonito a este ave sabia y confiada, que encuentre su olivo en el futuro oscuro de vida que le aguarda, y que podamos seguir disfrutando con su canto misterioso, con la belleza de su mirada y con sus extraños movimientos y contoneos, que siempre consiguen hacer brotar una sonrisa en el gesto del perplejo pajarero.
Foto de Oscar Guindano.
Texto de Juan Goñi.

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