Son tantos los miradores que me emocionan que podría estar
llevándote de aquí a allí sin pausa y sin descanso. El descanso es la
observación meticulosa del panorama, la pausa es imprescindible para deleitarse
con las transparencias cambiantes del Mundo. Este es uno de estos paisajes, el
Valle de Belagua desde las estribaciones del puerto del mismo nombre. A la
izquierda ese bosquecillo encantado al que llamamos Mata de Haya. Un poco más
allí, el sendero pedregoso y seco del cauce del rio Belagua, exhausto ahora y
seco, que espera nieves derretidas en primavera, que aguarda lluvias en la
cercana otoñada, que descansa hoy apagado, adusto y desabrido. En las montañas,
los bosques infinitos de verdes manifiestos, diferentes y locuaces. Un poco más
arriba, las infinitas praderas alpinas donde todavía, por poco tiempo ya,
pastan vacas, caballos y ovejas. Abajo, junto al cauce áspero del rio, los
prados hilvanados de heno y manzanillas, los senderos que serpentean por entre
bosquetes de hayas o de pinos albares. Y más oscura, la carretera de asfalto
negro, que desde aquí se me antoja incluso dulce, por la que circulan coches
del tamaño de hormigas afanosas, autobuses como diminutas orugas, ciclistas
como pulgas microscópicas.
Si levantas la mirada, los primeros pinos negros se
retuercen atormentados. Larra, el bosque de las ánimas, cautiva mi mirada y me
cuenta duros inviernos colmados de nieve. El paisaje kárstico me subyuga, las
rocas del lapiaz parecen reptar por entre los musgos, y aquí y allí, como almas
acongojadas, se levantan los negros árboles encorvados, torturados, que se
aferran al poco suelo disponible.
Más allá, las montañas del Pirineo continúan su camino hacia
el Mediterráneo como una caravana titánica, ancestral y silenciosa. Entre las brumas aparecen cimas en el
horizonte, que se pierden en el infinito panorama. Más aquí, tu y yo, y ese
buitre que nos mira curioso mientras planea majestuoso por sus inabarcables
dominios de deslumbrante limpidez. A nuestras espaldas graznan ruidosas las
chovas y silva el viento por entre las hayas verdes. Más allá solo hay
silencio.
Juan Goñi
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