Me acoges, guapa y serena, recién levantada. Me acerco a tus
colores, a tu paz transparente, a tu sencillez incomprensible. Escucho tus
latidos como susurros entre los árboles y veo correr tu sangre de agua limpia
por los arroyos que te transitan. Me rodean tus hijas aladas, con tu transparencia
en sus pulmones, con el viento entre las alas, cantando al aire con el aire. Me
observan callados tus hijos, por entre los resquicios de tus fértiles entrañas.
Acicalada y sin arrugas, maquillada de
sobria realidad, peinada por mil vientos, adornada con joyas por doquier, pareces
preparada para mi mirada subyugada ¿Me esperabas?
Tierra, Planeta, Casa y Hogar, me cobijas y me abrigas, te
debo mi vida diminuta. Verdes tus mejillas limpias, azules tus ojos infinitos, pulcros los aromas de tu cuerpo, me escondo subyugado entre los pliegues de tu
ropaje luminoso.
Paisaje, Señor de la Humildad y la Belleza, tan sobrio, tan
como siempre, en la eterna quietud que nada aquieta, me asombras y me fascinas.
Me reconozco en ti y entiendo. La perfección no buscada, la exactitud de tus
medidas aleatorias, el orden desordenado de tu alma gigantesca; eres lo que soy
y lo que quiero, eres mis ojos al mirarte.
Se desdibujan los contornos de tus rasgos en mi conciencia.
Natura, Madre Mía, ¿cuantos colores atesoran aún tus orfebres misteriosos? ¿cuántos
perfumes? ¡Cuánta luz y cuánta dicha depositas en mi alma enaltecida!
Juan Goñi
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