Mi amigo, el señor Ceniza.



 El señor Ceniza, intrépido explorador.

Os presento a mi gato “Ceniza”. Ceniza es un macho que todavía no ha hecho un añito de vida. Pese a su juventud, es todo un señor gato. Va y viene por la casa, a su antojo, siempre silencioso. Durante el invierno le gusta echar largas siestas al lado de la estufa de leña. Si te oye que te acercas a él durante una de esas siestas, primero dirige sus orejas hacia la dirección por la que vienes, y después levanta perezosamente su carita hacia ti, y abre mínimamente sus ojos verdes para mirarte con una mirada perezosa. Al caer el sol se coloca ante la puerta y emite unos suaves maullidos: quiere salir a dar una vuelta. Pasea por la hierba despacito, como vigilando dónde pone cada patita. Si durante el paseo descubre una mariposa o una lagartija, frena en seco su movimiento, dirige sus orejas y sus ojos hacia la victima potencial, y espera el momento apropiado para saltar. Pero casi nunca caza nada, y sigue su paseo con cuidado, mirando por dónde pisa. 

A Ceniza le gusta el pienso de gatos, pero no desprecia el de los perros, sobre todo si es de ese que se etiqueta como “para cachorros”. Se relame cuando cae en su poder un poquito de carne o la raspa de un pescado que sobró de la comida. En su dieta no puede faltar el tazón de leche de la mañana. Zigzaguea por entre tus piernas, maullando lastimosamente sin parar hasta que te apiadas de él y le colocas en su bol un par de deditos de leche. Después de desayunar, el señor Ceniza se asea cuidadosamente y se dispone a acostarse en una nueva siesta que durará hasta el mediodía.

Durante el mes de febrero, y pese a su temprana edad, Ceniza ha estado de amoríos por los caseríos del vecindario. No volvía a casa en toda la noche, el muy rufián. Y por las mañanas, agotado de tanto romance, asomaba tras la ventana y te miraba con ojos lastimeros para que abrieses la puerta y pudiese entrar a desayunar su tazón de leche y a espantar el frio junto a la estufa. Por fin, estos días, han acabado sus días de romances y peleas, y ya lo tenemos en casa a pensión completa, descansando y recobrando un poco su delgada figura tras semanas de excesivas emociones.


Ahora está aquí mismo, junto al teclado desde el que te escribo estas líneas, repantigado sobre la mesa, mirando displicentemente mis dedos que teclean estas letras. A veces se cansa del aburrido espectáculo y lanza un enorme bostezo que deja ver sus colmillos. Entonces mira la ventana con cara de aburrido, y después baja la cabeza hasta apoyarla en sus patitas delanteras y cierra los ojos.

A veces pienso que Ceniza es el más juicioso de la familia. Se toma las cosas tal y como vienen, sin darle demasiada importancia a la vida. Cuando decide descansar en mi regazo suele mirarme exigiendo caricias. Y entonces ronronea. Y yo, de alguna forma, ronroneo con él.

Ceniza me deja vivir en su mundo de gato, en su casa, y me permite alimentarle, acariciarle u quererle. 

Es un bonachón el señor Ceniza.

Juan Goñi

 

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