Bosque de Bertiz en octubre.
Cada mañana como un suplicio,
cada día te espanta como una condena. “Pero ¿de qué me quejo?” te preguntas
constantemente, sin saber contestarte, sintiéndote culpable de tu suerte,
culpable de tus sentimientos, culpable no saber valorar lo que tienes o dicen
que tienes, culpable de no poder responder a lo que de ti esperan los que te
quieren. No encentras fuerzas dentro de ti para levantarte de la cama, para
salir de casa; estás vacío de voluntad. Solo quieres que te dejen en paz en tu
llanto sin lágrimas, casi perpetuo. Qué dejen ya de preguntarte “¿Qué te pasa?”.
Ni tú mismo lo sabes. Como quieren que
se lo expliques, si ni tú mismo te lo explicas.
Solo sabes que no encuentras
sentido a tu vida. Que no sabes por dónde seguir. Qué te aterra la noche
solitaria y quieta, y también el día en movimiento. Que no sabes ya sostener la
mirada a la gente, que hace días que no comes, que nunca más comerías. Que
tienes sueño pero no duermes, que estas agotado pero no consigues descansar.
Que cuando miras atrás, tu vida te parece un compendio de errores colosales;
que cuando miras adelante tu futuro aparece negro como la boca de un túnel en
el que no sabes ni cómo ni cuándo te enterraste. Que te has cansado de probar
suerte, que no encuentras sonrisas en tu alma para regalar a los demás. Qué sin
saber cómo, siempre buscas las canciones más tristes; que te revuelcas en la congoja
como un cerdo en el barro, durante horas. Que no entiendes como alguien logró
quererte, que tú no te quieres, que casi no te soportas. Que te gustaría
desaparecer y ya está. Que la Vida es un frontón frente a ti, un frontón donde
ya golpeaste muchas veces, demasiadas, para rebotar cada vez más cansado, más
viejo, más rendido. Sometido a tu mente déspota, encadenado a tu tristeza
opresora, que ahoga, que hunde, que te mantiene abatido en el sofá, frente a
una tele que escupe mierda purulenta que consumes sin ver, con regocijo y asco
a partes iguales (los problemas de los otros no son los míos). Que no soportas
la derrota en la que buceas a diario. Que ya no aguantas la mirada compasiva de
los que dicen quererte; que ellos se equivocan siempre con sus caricias a
destiempo, con sus besos que sientes vacíos, con sus abrazos que recibes como
el pésame de un desconocido en un funeral que parece ser el tuyo.
¿Cómo podría yo ayudarte? Me
gustaría echar a ese océano de tristeza un salvavidas al que lograras
aferrarte. Pero, amigo, en este buque no
hay salvavidas. Tienes que nadar. Tienes que encontrar las ganas de nadar.
Seguir a flote un día más y buscar… buscar la Vida, buscar Tu Vida. Buscarlo
todo entre la arboleda solitaria. Buscar entre la hojarasca que cubre tu alma.
Revolver una vez más los cojines del sofá, examinar de nuevo el bolsillo de
aquel pantalón olvidado, inspeccionarte en el canto de un ave o tantear entre
la belleza de un paisaje de otoño.
Porque la vida no es fácil, pero
no es imposible. Porque aún existen razones para subsistir. Porque aún no ha
acabado el partido y juntos le daremos la vuelta al marcador. Porque girar el
timón no es imposible. Porque sabes cómo desembarazarte de la tristeza:
simplemente dejando de mirarla ya casi la has vencido. Haz aquello que te
gusta, aquello que limpia tu alma… tú ya sabes qué es. A mí me protegieron mis
bosques, me apadrinaron las aves, me amparó la Naturaleza… y aún sigo aferrado
a ese tronco a la deriva; tu tronco te está esperando detrás del último
reproche. El futuro no da miedo si
comprendes que el futuro es hoy. Suave, despacio, levántate y anda, amigo mío. Despójate
del ropaje gris de la rutina que esclaviza. Apártate de aquellos que no te
ayudan, y sube al tren hoy mismo; quizá este que pasa no es el mejor, pero
quizá sea el último; en cualquier caso es el que pasa ahora y por eso, aunque
fuera solo por eso, no debes dejarlo pasar. Yo te tiendo la mano, y te espero aquí
arriba para hacer sonar la sirena en cuanto oiga tu silbato, en cuanto estés
preparado. No nos detendrán ni los ladridos de los perros ni los domingos por
la tarde. Defenderemos tu alegría a tiros si hace falta; a tiros de esperanza,
a tiros de belleza y poesía, a golpe de aliento y ánimo. Porque,
afortunadamente, si hoy no mola, aún nos queda mañana.
Juan Goñi
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