Musgos y hojas muertas. Foto de Felipe Noguera.
Nuestro reloj está tan equivocado
como nuestro calendario. Hemos querido encorsetar el Tiempo y atarlo, partirlo,
compartimentarlo… imbéciles. El mundo en el que vivimos baila tan encajonado
entre las costuras del reloj que hemos perdido la capacidad de entender cómo
pasan las cosas, como transcurren los procesos. Parece que todos estuviéramos deseando
que la primavera comience con un “txupinazo”:
.- ¡Patapún! ¡Ya es primavera en
el Corte Inglés! ¡Gora San Fermín!
Hace un segundo era invierno, y
ahora es primavera.
No entiendo nuestra necesidad de
ver el mundo como un tablero de ajedrez en tres dimensiones. Esto es negro, y
esto otro es blanco, y la frontera es previsible, indiscutible, evidente. Buscamos
y rebuscamos fronteras en el tiempo y en el espacio. Pongo un pie en España y
el otro en Francia… ¿y los testículos? ¿En dónde están?
En la Naturaleza la frontera no
existe porque todo, en todo momento, es fronterizo. A cada instante todo
cambia, igual en febrero que en julio, igual en diciembre como en mayo. El tiempo
transcurre como una caricia; a veces avanza valiente por la piel y otras se
retrae asustadizo.
Nos gusta saber dónde estamos,
definir nuestro estatus meticulosamente: son las siete horas, siete minutos y
cuarenta y dos segundos del día 24 de febrero del año 2014. Ahí queda eso.
Estamos en invierno, el sol sale a las 7:49 y se pondrá a las 18:49. ¡Casi
nada! ¡Lo sabemos todo!
Pero… ¿sabes? Ahora mismo canta
el mirlo en los árboles frente a mi balcón. Y ayer, justo ayer, se abrieron los
lirios de mi huerta. Y a la mañana vi una parejita de mitos; una pareja, no un
bando, así que ya se han formado las parejas y se han disuelto los grupos. Las
lagartijas asoman medrosas por entre los resquicios de la tapia y el viento
suave transporta mariposas en estos días “invernales”. Los milanos reales
viajan al norte, los charcos del bosque están repletos por las puestas de las
ranas bermejas y muchos árboles se pintan de blanco. La pareja de ratoneros ya
ciclean en el cielo sobre el viejo roble que les sirve de nido desde hace años,
y los trepadores azules empiezan a reparar la entrada de su agujero en el haya
trasmocha.
Nada nunca se para, y avanza en
la continuidad de lo eterno, como un péndulo. Así pues, no sabemos nada de
donde estamos exactamente, lo único que sabemos es un destino. Y el destino siempre
es la supremacía de la Vida.
Nunca sabremos nada de nada si no
interiorizamos cuál es el destino. No sabe dónde está quien no sabe a dónde va.
Y la mayoría de las veces con eso es suficiente.
Juan Goñi
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