Brote entre la nieve.
Cada palabra que escribo se muere al terminar de
pronunciarla en mi mente, al acabar de escribirla. Su alma vuela lejos, hasta
tu retina, y en tu corazón resucita. Me muero yo un poco con cada palabra, y
renazco junto a ti. Así me voy desgastando. Así me voy fortaleciendo.
Los que escribimos nos rebañamos tras el cráneo con el pan
de nuestras emociones, nos denudamos tanto que ya no nos queda ni el esqueleto.
Nos agotamos porque nos extirpamos; nos extirpamos tanto que ya no nos quedan
fuerzas. Para moverte un poco… ¡he de agitarme tanto! Hurgo y me remuevo hasta
la convulsión. Batir las alas del alma es un ejercicio demoledor. Zarandear conciencias
no es cosa sencilla porque se estremece mi conciencia y gimotean los goznes de
mi cordura. Más vale que me ayudas; más
vale que tienes el alma soliviantada, más vale que tu primavera bulle cerca de
la mía…
Me consumo al contarte el renacimiento. Como la nieve me
disipo y dejo que germinen nuevos brotes. Mi muerte es mi vida. Matarte es
parirte. Me desangro con cada idea, a cada instante. Pero renazco desde las
cenizas del silencio. Me columpio desde mis dedos a tu mirada, allí te empujo y
me vuelvo cadáver. Con suerte el columpio sigue balanceándose entre tus ojos y
tu emoción. Y ese balanceo es el trotar de mi propio corazón, que resucita ante
tu desconcierto. Y así me regreso; y así me retorno y me absorbo. Y aquí no ha
pasado nada… solo una emoción de ida y vuelta. Nos damos la mano sin tocarnos,
un abrazo para el que no necesitamos los brazos, un beso en los labios que no
hablan, que solo escriben; nos miramos a los ojos sin vernos y nos decimos
hasta mañana.
Y ahí en medio de ninguna parte, entre tus pensamientos y
los míos, se reordenan las moléculas y emerge del frio un tímido retoño. Día
tras día, aurora tras aurora, ya casi hemos alumbrado un bosque entero. Hoy, mientras
nos dejamos vencer por el sol, debemos pensar que haremos con él.
Juan Goñi
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