¡Si no fueras tan guapo!



 Crepúsculo de febrero.

Se muere el sol de hoy tras las montañas negras. Se inflama la tarde por el oeste y se achicharra el horizonte en mil colores. Cantan las aves rapsodas a mil por hora, por doquier. Todo a cámara lenta. El viento  de pronto rola del hoy al mañana, y la veleta baila al confuso son  de lo enigmático. Me besa un soplo de aire frio que viene de poniente, clandestino e incierto y el Mundo no sabe a qué carta jugar, y baraja de nuevo los naipes, por si acaso: hoy, mañana, primavera, invierno, tarde, noche, tic, tac, tic, tac, oros o bastos… ¡tú eliges!

Ahí sigue el sol en su agonía, tan falsa. Porque el sol se muere como se mueren los malos actores en las películas baratas: con mucha pompa y con mucho aparato. Todo un derroche de esplendor, todo boato, todo teatro. El sainete se cuenta con tanta ostentación que parece petulancia. El día cae de rodillas ante la noche, presuntuoso hasta el final. Casi me lo imagino, tras el telón, escuchando fanfarrón los aplausos del público en la platea: ¡Ahí queda eso! ¡Mejóralo si puedes!

No puedo evitar la media sonrisa que se me viene al rostro. Tanto oropel, tanta inmodestia… el sol de febrero es como un niño que cree correr más que el viento. Ya no es un bebé… puede calzarse solo los zapatos y cree saber lo suficiente para vivir. Y a mí me encanta verlo así, tan bravucón, tan gallito, tan guapetón.

Febrero locuelo y carnavalero, tantos disfraces, tantas caretas… todo nuevo, todo por estrenar. Vas y vienes sin saber muy bien qué hacer. Correteas por el calendario de la vida sin poder parar quieto: corres hasta mayo, regresas a noviembre. En los bolsillos de tus tapujos  traes las lluvias de abril y las noches de diciembre. Te pones el antifaz de superhéroe y sales volando entre los trinos de las aves confundidas. Nos dejas embrollados y engañados: ¡no hay quien desenmarañe tus historias intrincadas! Eres tan mezcla, tan amasijo, tan aleación…

Me quedo de piedra ante tantos fuegos fatuos de tu tarde inolvidable. Me rasco la cabeza boquiabierto y me vuelvo a casa deslumbrado, atolondrado, preguntándome qué disfraz elegirás para tu estreno de mañana. La verdad, febrerillo, es que no hay quien te aguante… ¡si no fueras tan guapo!

Juan Goñi

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