Ardilla


En estos días fríos de invierno bajan al suelo las ardillas (urtxintxa en euskera, palabra que se me hace tan simpática como el propio animal) a buscar las nueces que enterraron en el ya lejano otoño. Algunas de esas nueces nunca serán encontradas y brotarán esta primavera consolidando la regeneración de la nogaleda. Se me acerca cautelosa la ardilla, y me mira con ojos curiosos. Ella no sabe que yo la admiro. Admiro sus saltos vertiginosos entre las ramas, admiro su cola esponjosa, admiro los pinceles de sus orejas, bellos recordatorios de la estación en la que estamos (en primavera los perderán), admiro su simpatía y su curiosidad. Es dura la vida de la ardilla, el 80% de ellas mueren durante su primer invierno. Pueden sobrevivir con suerte tres años, y mientras se aferran a la vida son acosadas por ginetas, gatos monteses, azores o búhos, y también por odiosos escopeteros. Aún así, en sus ojos me parece percibir la alegría de vivir, la prisa por aprender, el bendito encanto de saberse en el momento más importante de su existencia, que no es otro que el "ahora", el "hoy".
¡Buenos días amigo, ahora empieza tu hoy!


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