La Sierra de Alaiz y la Peña de Unzué son una de tantas murallas naturales que detienen las nubes, que separan la Navarra mediterránea de la humedad cantábrica. Embocan el cierzo frio y cortante hacia el corredor del Cidacos, viento helador y reseco que irá cogiendo fuerza en su loca carrera hacia el Ebro. Al otro lado de la muralla, robles y las primeras hayas, a este lado la Valdorba telúrica de ancestrales joyas románicas. A aquel lado olor a Pirineos y a Cantábrico, a este extensiones cerealistas, abejarucos y abubillas, y al fondo, el Moncayo.
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