Me gustaba perderme entre los robles, tras la borda. Sus formas, sus ramas como dedos castigados, sus deseos de luz, sus sonidos mil cautivaban mi imaginación y acrecentaban mi curiosidad. En la soledad del robledal recordaba sueños de fantasía, de árboles que hablan y sienten, de seres escurridizos y mágicos que habitaban entre sus musgos o entre sus ramas, o bajo las raíces evocadas e invisibles. Ahora sigo imaginando, y sigue gustándome perderme entre los robles, tras la borda. Reconozco casi todos los sonidos, observo los seres mágicos entre sus ramas y me deleito con sus trinos, sus formas y sus colores. Pero la magia continúa en los rumores del viento, en los oscuros y apagados colores de su invierno, en el silencio estruendoso de su quietud inquieta. Ahora sé lo que imaginaba, los árboles hablan, y yo, en silencio, escucho.

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