Laguna del Juncal en Tafalla

Primavera 2009

Esta tarde he estado visitando la Laguna del Juncal en Tafalla. La colonia de garzas reales, garcillas bueyeras y garcetas comunes estaba muy movida. La laguna parece un aeropuerto en pleno mes de vacaciones. Las garzas hacen verdaderos picado para caer en "su" parcela, pero en casi todas las ocasiones no pueden sino invadir unos centímetros de la parcela el vecino, con la consiguiente reprimenda y revuelo de toda la comunidad. Y como las idas y venidas son constantes, el revuelo es continuo y ubicuo. Por si fuera poco, una gaviota patiamarilla no deja de hacer vuelos rasantes sobre la "comunidad" a la busca y captura de algún huevo olvidado, o de algún pollo despistado, con el consiguiente mosqueo de la vecindad. Ya en la lámina de agua las cosas están más tranquilas. Los porrones han elegido la orilla sur, más alejada de la colonia, y por lo tanto más tranquila. Algunos incluso echan una cabezadita. Entre ellos, la pareja de ánade friso nada tranquilamente. Un poco más allá las fochas tienen su propia guerra, embistiéndose con saña las unas a las otras y organizado un follón de chapoteos y gritos. Entre ellas nadan media docena de zampullín común. Una garza va a posarse cerca del nido de la gaviota, que deja de molestar a la colonia para dedicar sus picados a la atrevida, que, agachando la cabeza cada dos por tres, intenta evitar el pico de la gaviota, hasta que finalmente se rinde y levanta el vuelo a la búsqueda de un poco de paz y, de paso, algo que echarse a la boca. Y los ánades azulones? dónde están? la respuesta no tarda en llegar. De entre el carrizo surge la figura de un aguilucho lagunero, que sobrevuela la laguna y se acerca a unos sembrados cercanos, y de dónde no había nada, surgen dos docenas de azulones asustados. Pronto al aguilucho se le une su pareja y juntos sobrevuelan los carrizos. Los carriceros dejan de cantar a su paso y revolotean nerviosos entre las cañas. Más aquí, casi debajo mía, la impresionante estampa de un aguilucho cenizo, que se cierne sobre los sembrados y va a posarse en lo alto del cartel que avisa de que estamos en una ZEPA, y allí se queda, mesándose las plumas y posando para mi. En cuanto lo ven los laguneros se organiza la de Dios es Cristo, empiezan los picados, los gritos, y a ellos se unen garzas, garcillas y garcetas en un coro espeluznante. La gaviota, para no ser menos, también se acerca al intruso con aviesas intenciones. Al final en cenizo se aleja, y con él, se recobra la relativa calma de la laguna. Más arriba, donde yo me encuentro, la tranquilidad es casi absoluta. Cantan jilgueros y pinzones, ruiseñor bastardo, trigueros y alondras. Una nube de golondrinas, aviones y vencejos sobrevuelan mi cabeza. De vez en cuando oigo el gruu gruu de los abejarucos, que se posan en los postes de una viña cercana. El canto apresurado de un chochín rompe un poco la tranquilidad, para quedarse callado y no decir ni pio en el resto de la tarde. El vuelo cercano de una cigüeña saca mi ojo del telescopio, miro al reloj, vaya, se ha hecho tarde. De vuelta al coche noto los picotazos, los mosquitos se han dado un festín a mi costa... y yo, ensimismado, ni me he dado cuenta hasta ahora. Rascándome la cabeza, voy pensando como contarte estas cosas, y mientras me meto al coche, solo se me ocurre una cosa... ¡VIDA!

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