El Otoño se nos escapa sin
remedio. Permanecerán recuerdos en la memoria, flotando entre reflejos como
flotan las últimas hojas caídas sobre un charco. Los días más oscuros del año
ponen el colofón a la estación del Romanticismo. El alma se despereza, como el
sol, y muy poco a poco, como ocurre todo en la Naturaleza, se levanta en el
horizonte frio del invierno.
Nos gusta vivir del Pasado, de los
recuerdos, o incluso del Futuro en forma de planes, aun sabiendo que tanto uno
como el otro son tan irreales como el cielo que se refleja en el suelo inundado
del bosque. Pese a todo me gusta echar
la vista atrás de vez en cuando, porque allí, en los recuerdos, estás tú.
El otoño es época de evocación,
de lo que ya no es pero fue. El invierno es la época de los proyectos, de lo
que no es todavía, pero será. Pero ante todo, hoy, como el resto de los días de
nuestras vidas, es el único momento real, el “ahora mismo”. Y ahora mismo me
voy a la escuela de mi hijo, donde se celebra el festival de Navidad, y donde,
entre castañas asadas, sidra, txistorras y talos, vestidos de “casheros”,
recibiremos al invierno con el sabor y el calor de las viejas tradiciones. Ya
llega el carbonero desde las montañas brumosas y frías… ya suenan las viejas
canciones entre la chiquillería alborotada, ya llegó de nuevo el nacimiento de
un nuevo Sol.
Yo vuelvo la mirada al pasado,
solo instante, y disfruto con el reflejo que en mi memoria dejó tu amistad. ¡Feliz
solsticio, amigo!
Juan Goñi
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