El Bidasoa y Pío Baroja

 Puente de Reparacea, sobre el Bidasoa, 
en el límite del Parque Natural de Bertiz.



"Soy un río pequeño, pero con gracia y con más fama que muchos ríos grandes. De mí han hablado Estrabón, Tolomeo y Plinio.

Tengos dos hermanos, el Nive y el Urumea, y una hermana pequeña, La Nivelle.

En mí hay un poco de la severidad de Navarra, algo de la blandura de Guipuzcoa y de la cortesía de Francia.

Medio navarro, medio guipuzcoano, medio francés, desde Chapilateco-Arria hasta el cabo de Higuer de San Telmo soy internacional. Las iglesias de Pamplona y de Bayona han pretendido dominar en mis orillas. La de Bayona afirmaba llegar usque ad Sanctum Sebastianum, y la de Pamplona, usque ad flumen qued dicitur Vidaso.

Yo he seguido corriendo sin enterarme de las pretensiones de una sede y de otra.

Recojo las canciones de mis arroyos, que me alimenten con sus aguas, arroyos de nombres extraños y pintorescos, como el del Infierno, el de la Sima de las Lamias y el de la Cola del Cerdo.

Tengo fuentes milagrosas, como la de Santa Leocadia de Legasa y la de San Juan de Yanci; manatiales claros, y grutas en donde el agua se filtra gota a gota.

Paso por valles anchos y soleados y por cañadas estrechas; reflejo las faldas verdes de los montes, los palacios y las chozas de mis orillas y los pueblos pequeños, con casas viejas, con un escudo que coge media fachada.

En invierno mujo como un toro y me lanzo en olas furiosas llenas de espuma; en el verano tengo remansos tranquilos y verdes, y entre las rocas avanzo reptando como una serpiente.

Al oscurecer, mi superficie se torna azulada, y duermen de noche en mi fondo millares de estrellas.

Tranquilo e idílico en Oyeregui y en Narvarte, tomo un aire trágico cuando mis ondas, amargadas por el agua del Océano, luchan cerca de la barra en la bahía de Chingudy, entre los acantilados del sombrío Jaizquíbel y la punta de Santa Ana.

Por delante de mí han cruzado los pueblos de Europa que han bajado a España, y luego a Africa, y los pueblos de Africa que han subido a Europa. Recuerdo a hombres con hachas de piedra y con hachas de bronce; recuerdo también a iberos y celtas, a fenicios y griegos, a romanos y godos, a suevos, a francos y a moros.

He conocido a Pompeyo y a los capitanes de Augusto; a Enrique IV de Castilla y Luis XI de Francia; a Carlos V y a Francisco I; a Condé y al Duque de Alba; a Luis XIV y a Mazarino; al bello don Beltrán de la Cueva que usufructaba el lecho real de Enrique IV de Castilla, y al no menos bello almirante Bonnivet, rival en amores de Francisco I, que puso cerco a Gasteluzarra, el castillo próximo a Behovia. He visto conferenciar aNapoleón con sus generales, y a Wellington con los suyos, he contemplado las hazañas de Soult, Longa, de Jauregui el Pastor, de Latour d’Auvergue y de Leguía; he seguido a Mina y a Zumalacárregui en sus correrías, y he visto a Fabvier, a Caron y a Armando Carrel izar su bandera republicana en Behovia contra los franceses en Angulema. He saludado también a viajeros ilustres, a Velázquez y a Goya, a madama d’Aulnoy y a Víctor Hugo.

Ciertamente, ahora ofrezco pocos encantos en mis orillas, y sobre todo en la española, que está llena de feos cuarteles carabineriles; pero tengo esperanzas de un porvenir mejor, porque un erudito, el Bachiller Juan de Itzea, me ha pronosticado que llegaré a formar una república independiente: sin moscas, sin frailes y sin carabineros. ¡Casas fuertes del Baztán, con el piso alto de tablas! ¡Convento musgoso de Arizcun! ¡Palacio de Reparacea! ¡Torre maciza de Ursúa! ¡Castillo negro de Lesaca! ¡Puente de San Miguel de Vera! ¡Os contemplo, desde hace siglos, de día y de noche! Veo también a Viriatu, que me espía desde su altura, y a la isla de los Faisanes, a la que voy carcomiendo poco a poco. Por último, me ensancho en la Bahía de Chingudy, en la que se miran las casas negras de Fuenterrabía y las casas blancas del caserío de Hendaya, desde donde Iparraguirre cantaba las excelencias de su país, y en donde vivió el corsario frances Pellot de Montvieux.

Mas me retiro; hoy tienen en este lugar de Endarlaza una reunión, que llamamos batzarre, los moradores de mis riberas, y me voy para cederles la palabra".

(De "La Leyenda de Jaun de Alzate" de Pio Baroja)

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