En el ecuador del invierno.



Embalse de Eugui (Eugi), con los bosques de
Quinto Real (Kintoa) al fondo

En estos días de febrero el invierno cruza lentamente su ecuador. Los días crecen en el cielo, pero la nieve blanca envuelve copiosamente los bosques y los prados de mi tierra. El agua está en todas partes; abundante por doquier, entre sus reflejos guarda su promesa de vida. Entre los escondijos del bosque, los animales luchan por su supervivencia denodadamente. Algunos duermen profundamente en sus madrigueras, otros corretean sin descanso entre el lecho blanco en busca de alimento. Son fechas de duermevela, es tiempo de vísperas, los instantes previos al renacer, los últimos estertores del silencio. 

En los amaneceres oscuros de estas mañanas frías ya cantan los zorzales en la ribera del rio. Los carboneros y herrerillos entonan sus coplas como cascabeles y silban entre las ramas aún desnudas de los árboles aún dormidos. Los petirrojos desgranan su canto anárquico y libre, escondido cantarín entre brezos y zarzas. Y de pronto, inusitadamente, el chochín invisible se desgañita por sorpresa en su canción como una cascada de notas, como un revuelo en el gallinero sonoro de estas auroras apagadas. Todos despiertan poco a poco entre las nubes grises, entre el xirimiri permanente, entre las nieblas oscuras de este febrerillo loco.

Voluntariosamente la primavera se abre paso. Aún parecen gratuitos sus esfuerzos, inútiles ante tanto frio. Pero el germen de vida se agita bajo las entrañas heladas de la Madre, y sus hijos apuran los últimos sorbos de sus maltrechas provisiones. Las aves que se fueron preparan su viaje de vuelta, las prímulas ya adornan los claros del bosque callado, y el sol, aún chiquillo travieso, perezoso y dormilón, crece día a día alimentando de esperanza los sueños de un provenir verde.

Aquello que el lejano otoño sembró entre musgos y hojas secas enraíza profundo bajo la nieve. No lo ves, pero lo sabes. La suerte está echada. La Vida vuelve, como siempre, con pasos leves y silenciosos, a reclamar su imperio, a reconquistar lo que nunca dejó de ser suyo, y sus banderas avanzan desde el sur, imparables. La promesa se hace firme aun cuando el invierno amanece invencible en esta mañana mojada y sombría. El frio pierde a sus secuaces entre trinos y promesas. Ya saben todos que el alumbramiento está detrás del último zarpazo, justo cuando nadie lo espera, exactamente ahí,  a dónde indefectiblemente nos lleva el destino.

Juan Goñi

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