El carnaval de Luisa.





Hoy Luisa no ha podido dormir bien. Algún zorro ha debido andar rondando el gallinero y Lagun, su perro, no ha dejado de ladrar en toda la noche. Revuelve Luisa el café con leche, despacio; la cucharilla resuena en la taza como campanillas desafinadas. Luisa mira sin ver al fuego que crepita en la estufa de leña, la mirada perdida, cómo sus pensamientos. El gato maúlla lastimero; ha acabado su cuenco de leche y ahora busca un lugar cómodo junto al fuego, frotándose constantemente entre las piernas de Luisa, añorando una caricia que no llega. El silencio de la mañana envuelve la cocina que poco a poco va calentándose.

Un alboroto de pasos en el piso de arriba rompe el ensimismamiento de Luisa, que se levanta despacio para llenar de leche caliente y café un gran tazón de color crema. Acerca el azucarero y un paquete de galletas. Los pasos ahora bajan las escaleras y se acercan por el pasillo. Iker entra en la cocina con la energía de un chaval que aún no tiene veinte años. Lleva un pantalón azul de trabajo y un floreado vestido viejo de la abuela, gruesos calcetines de lana que destacan por encima del pantalón y abarcas de goma. En una mano un gran sombrero de paja del que cuelgan muchas cintas de colores, en la otra una vara larga de avellano que termina en un manojo de boj a modo de escoba. Su cara, sonriente y aún un poco soñolienta, trasmite felicidad e ilusión. Hoy Iker se va de carnaval.

Se sienta ruidoso ante el tazón del desayuno y comienza a untar las galletas en el café con leche, de dos en dos. Come rápido mientras le recuerda a su madre que no vendrá al mediodía. Hoy la cuadrilla se reúne en la posada a comer.

.- Y a beber –piensa su madre preocupada.

El chaval habla rápido. Nerea viene de la capital a pasar el día con ellos. Sacará el acordeón para animar la fiesta. Desde que se metió en la Universidad viene cada vez menos. Luisa adivina cierto deje de cariño en sus palabras. Iker y Nerea se criaron juntos y “fueron novios”, como se es novio cuando se tienen ocho años.

Suena una bocina. 

.- Ya está aquí – Exclama Iker.

De un trago apura el café y toma una galleta que engulle de un bocado. Se levanta de un salto y le planta un beso ruidoso a su madre en la mejilla.

.- Portaros bien – grita Luisa.

Pero Iker ya no la oye, mientras baja las escaleras de tres en tres. 

Luisa se asoma al pequeño ventanuco desde el que se ve la llanurita a la que se abre el gran portón del caserío. Allí abajo aguarda Nerea, disfrazada como Iker, con una sonrisa limpia en el rostro. Una alegre música de trikitixa sale del coche por la ventanilla abierta. Nerea acaricia a Lagun, que corretea entre sus piernas moviendo la cola.

.- Es toda una mujer – piensa Luisa – y muy hermosa además.

.- ¡Egun on Luisa! – grita Nerea mientras saluda con la mano - ¡Luego venimos y te doy un beso!

Aparece Iker y corre a darle un beso a Nerea. Luisa no puede escuchar bien lo que se dicen, pero la escena parece sacada de un video musical. Ellos dos sonríen, con los ojos vivos y luminosos, y se montan en el coche. Iker se asoma por la ventanilla y saluda, y en un instante, el coche desaparece tocando la bocina tras el roble que esconde el camino.

Y Luisa se queda allí, mirando sin ver al paisaje que se despereza ante sus ojos.

Cierra lentamente el ventanuco y vuelve a la cocina cálida. Dentro de una hora la mayoría de los jóvenes del pueblo se acercarán al caserío, y como todos los años, Luisa sacará chistorra y tocino, y una fuente de croquetas de jamón. Se bailará algún zortziko o alguna jota, y pronto el grupo seguirá su fiesta en otro caserío.

Apura Luisa el café y se pone en marcha. Hay que preparar la mesa en el porche y ultimar el almuerzo.

.- Se hace hombre Iker. – piensa – Tan rápido que no me doy cuenta.

Mientras se lava los dientes, ante su imagen en el espejo, una tímida lágrima resbala por su mejilla. 

.- Tu padre estaría orgulloso de ti.

Murmura para sí perdiendo su vista entre los jirones de niebla que acarician el monte tras su ventana.

El gato ronronea junto al fuego, y la mañana transcurre silenciosa, como siempre. Inesperadamente una sonrisa alumbra la cara de Luisa mientras canturrea una vieja canción.

Aita semeak tabernan daude
ama-alabak jokoan
Aita semeak tabernan daude
ama-alabak jokoan.
...




Juan Goñi

2 comentarios:

  1. Que hermoso relalato!!!
    Leyéndolo me he dado cuenta que tenia una sonrrisa tonta y por dentro sentia una melancolia extraña.
    Quizas porque son esos recuerdos los que nos quedan,los que nos muestran lo años mas hermosos de nuestras vidas, y teniendo casi 20 años como iker, ni nos damos cuenta.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias Edu, por tu comentario. Me identifico con lo que dices... eso precisamente es lo que quería contar con el relato. Un abrazo y gracias por leerme! :)

      Eliminar