Pista en Zubieta - Navarra.
Foto de Felipe Nogueras.
El mundo se revuelve, atrapado
bajo las garras del invierno. Parece que definitivamente venció el frio, la
nieve y la oscuridad. Para el observador poco avezado, nada parece indicar que
ya humean las brasas de una primavera incipiente. Pero la fe en un futuro
luminoso hermana a las criaturas de la Tierra. Aunque te cueste creerlo, bajo
este cielo plomizo y aterida frente al frio inmisericorde, la Natura ya ha empezado
a moverse y se agita muy despacio, en silencio, bajo cada brizna de hierba en
el prado casi anegado, en las montañas
cubiertas de nieve o en el silencio aparente del bosque desnudo.
Como casi siempre son las aves
las primeras en percibir los cambios y prepararse para el futuro. Allí lejos,
más allá de desiertos y junglas, los milanos negros, las águilas culebreras,
los vencejos, los abejarucos o los halcones abejeros comienzan despacio su asombroso
viaje hasta nuestras tierras, a las que llegarán en unas semanas. Grullas,
gansos, milanos reales o millones de pinzones van abandonando la península y se
dirigen al Gran Norte donde esperan llegar coincidiendo con la explosión de
vida y alimentos de abril y mayo. La fe de estos animales en la victoria del
Sol, inscrita en su ADN durante milenios, es admirable. Si llegan demasiado
pronto, sus posibilidades de sobrevivir a un invierno que todavía muerde son
escasas. Si llegan demasiado tarde sus posibilidades de reproducirse con éxito
serán exiguas. Y pese a todo, pese a lo mucho que está en juego, levantan el
vuelo y se escapan sin mirar atrás.
Las aves que se quedaron aquí a
pasar el invierno ya han formado parejas y comienzan su búsqueda de lugares
adecuados para traer al mundo a su prole. Cantan por doquier los carboneros y
los herrerillos en estas mañanas frías de febrero. Quizá están llamando a la
primavera, quizá tratan de despertar al Sol cuando mirando al cielo entonan su
canción milenaria.
Mientras, tú y yo paseamos por entre
el frio y la lluvia de esta amanecida tristona y gris. El campo es una esponja
atiborrada de agua y nieve, hambrienta de sol. Las nieves siguen pintando de
blanco las cumbres de las montañas que nos rodean, alimentando a los riachuelos
que rugen copiosos, excesivos, casi brutales.
Me limito a escuchar mi propia
respiración bajo el embozo de mi bufanda. Si no fuera por ese petirrojo que
canta sobre el cercado, si no fuera porque las cigüeñas ya han vuelto, si no
fuera porque ayer vi sobre el cielo la uve de los gansos que vuelan ya hacia el
norte, no podría creer que el invierno agoniza cercado en su indiscutible
triunfo. Sus garras se apaciguan sobre el Mundo, que ya entona cantos de amor
entre los árboles que duermen.
Y mientras tú y yo regresamos por la senda
revirada de una vida casi incomprensible.
Juan Goñi
Benetan eder-edera! Realment preciòs!
ResponderEliminarTus escritos hacen la vida, si no más comprensible, sí más confortable.
Nos haces partícipes de esa esperanza en el retorno que subyace bajo la apariencia de invierno duro e incontestable, y parece que se extienda a otros ámbitos de nuestras vidas.
Gracias, Juan!
eder-ederra, quería decir...
ResponderEliminarMuchas gracias Pilar. Eso es precisamente lo que intento. Hay que hacer un esfuerzo para ver la luz al final del tunel. Pero es que en el caso de la Naturaleza, afortunadamente, siempre hay una luz al final del tunel. Y hay seres, como las aves, que detectan esas primeras señales antes que nadie. Y a mi me gusta mirarlas.. porque yo también necesito esa luz al final del tunel.
EliminarUn abrazo Pilar, y muchas gracias por leerme y comentar. Es por gente como tu por lo que estoy aquí.