Turrón tiene mucho que hacer por
las mañanas. Hay que aprovechar las horas más frescas del día, antes de que el
sol caliente demasiado, para adelantar en lo posible las tareas diarias. Pero…
¡Espera! ¡No te he presentado a Turrón!
Turrón es un cachorro de apenas
tres meses de vida. Su papi es un setter blanco, con ligeras manchas negras,
que vive en Narbarte, muy cerca de Bértiz. Es tranquilo y flemático, manso y
perezoso. Su mamá se llama Kiara y es un
pastor vasco de color canela, simpática y vivaracha, que vive en Mugaire, el
primer pueblo de Baztán. Turrón nació en el seno de una familia numerosa: nada
menos que nueve cachorritos nacieron en la misma camada.
Turrón lleva ya unas semanas con
nosotros. Tras la traumática
experiencia que tuvimos con Lagun, con Turrón hemos cumplido a rajatabla el
calendario de vacunación, y, aunque el periodo de riesgo no ha concluido (la
última vacuna contra el parvo se inyecta a los cuatro meses, dentro de quince
días), esperamos que siga por mucho tiempo acompañándonos en nuestras vidas.
Turrón madruga mucho estos días.
Con los primero rayos de sol, mucho antes de las siete de la mañana, empieza
con sus ejercicios matutinos. Corre por el prado, salta entre las matas, se
aventura entre el pasto alto hasta casi desaparecer bajo el verde. Tras
ejercitarse comienza con su afanosa búsqueda del topo. Os diré que hay un topo
bajo mi huerta, que está dando al traste con algunas plantas de calabacines y
pepinos. Turrón se la tiene jurada al travieso invasor subterráneo. Aún así no
consigue darle caza, y supongo que nunca lo conseguirá. Los efectos colaterales
de estas constantes refriegas son mucho más dañinos para mis plantas que la
propia presencia del topo. Judías verdes, lechugas y algunas cebollas han sucumbido
ante los embates del feroz cachorrito en su ardorosa búsqueda.
Turrón, dando caza al topo.
Turrón es como aquellos mocetones grandes y fuertes, que aún
no controlan su fuerza y sus ganas de vivir. Salta y brinca ante cualquier novedad,
ante cualquier visita, ante cualquier desconocido que se aventura a acercarse a
sus dominios. Vamos poco a poco aplacando su vitalidad enseñándole que ante los
desconocidos hay que extremar la buena educación, ser un perrito bueno y obediente.
Pero aún hay cosas a las que Turrón no se puede resistir: unas zapatillas o
unas chancletas son demasiado tentadores para su escasa fuerza de voluntad.
Chupetear unos pies descalzos debe ser la más cautivadora y fascinante
travesura que un pequeño perrico pueda imaginar. Y así, entre travesuras y
carreras, entre aventuras y emocionantes expediciones, Turrón va creciendo en
peso y experiencia, y un poquito en educación y urbanidad.
Cuando se cansa de escarbar y de
olisquear las toperas, Turrón se relaja con alguno de sus juguetes. Muerde,
muerde y muerde todo aquello que consigue acercar a su boca. Le está saliendo
la dentición definitiva, y supongo que mordisquearlo todo alivia sus molestias.
Hoy se ha encariñado con una pelotita de Martín. La mira y remira, le acecha y
se abalanza sobre ella con cara de lobo enfurecido. Gruñe, salta y se revuelca
en su sanguinario ataque a la pelotita. De pronto cesa en sus embestidas y se
queda mirando a la pelota, con una carita dulce, como explicando que está
jugando, que todo son carantoñas y teatro, y que en realidad desea hacerse
amigo del juguete.
Turrón juega con su pelotita.
Cuando el sol finalmente calienta
demasiado, Turrón se esconde en la
oscuridad de la bajera de casa, donde ha encontrado un txoko agradable y
fresco, entre la caja de mi traje de buceo y el muro de piedra más húmedo. Y
allí pasa las horas, dormitando, hasta que a eso de las seis y media despiertan
sus ganas de jugar y sale de nuevo a pasear por el prado, a corretear por la
hierba, a buscar al maldito topo y a estropear un poco más, si cabe, mi humilde
y maltratada huerta. Pero entre chupetones y brincos, entre las travesuras de este malandrín, siempre se cuela
su mirada en nuestro corazón y nos arranca caricias y cariños, y un fuerte
apego mutuo que crece y crece no sabemos hasta dónde. Supongo que son gajes del
oficio. No comeremos muchas judías verdes este verano, pero hemos encontrado a
un amigo, y eso no se compra en el supermercado.
Juan Goñi
Que feliz se le ve a Turron, correteando y jugando con su pelotita, le deso toda la feicidad asi como a sus dueños. Saludos.
ResponderEliminarGracias por comentar Cibeles. Lo mismo te deseo para ti, toda la felicidad!! Un abrazo!
EliminarPrecioso Turrón!
ResponderEliminarSeguro que os regaláis mútuamente mucha amistad y felicidad.
Yo que tengo adoptadas dos perritas maltratada, he pasado más de un momento imaginando lo preciosas que debían ser de cachorritas. Siempre he sentido no haber podido disfrutar de sus infancias.
Contemplar un cachorro jugando y aprendiendo es una fiesta para el espíritu.
Drisfrutadlo, Juan y familia! Un saludo!
Muchas gracias Pilar. Un abrazo fuerte y gracias por comentar!!
EliminarNo me he podido resistir a saber más de Turrón al ver lo que has escrito hoy en Facebook. He acertado. Qué delicia de compañero, qué ratos más buenos viéndole crecer. Ojalá os acompañe muchos años. Es precioso.
ResponderEliminarPor cierto, soy Koro Saiz Erro en Facebook.
ResponderEliminarMuchas gracias, Koro, por tus comentarios. Un fuerte abrazo!
Eliminar