Fantasías, recuerdos y bosques de setas.




En aquel sueño, que en verdad es un pasado, imaginaba ser el niño que yo fui. Tenía un coche de bomberos de hojalata al que había que darle cuerda de vez en cuando, y una noria que giraba y giraba, también de hojalata, con sus niños dibujados que sonreían más a cada vuelta. En aquel sueño los gatos bailaban un vals, y los perros jugaban a las cartas cuando nadie les veía. Mi abuelo tatareaba “Guantanamera” mientras preparaba café y mi madre me contaba el cuento de un burro flautista o me cantaba la canción de un gato grande, que hacía ro ro y que,  acurrucadito, se hacía el dormido.

En aquel sueño que todavía sueño, recorría bosques de setas enormes, saltando entre la hojarasca. Tenía una amiga lagartija, que me dejaba montar en su lomo algunas tardes cálidas de otoño. Me mojaba los pies en las praderas de musgo mientras mi amiga lagartija descansaba al sol y me miraba. Con una hebra de lana roja le había dibujado unas riendas y una silla de montar. Cabalgaba con mi amiga lagartija sin miedo, travieso aventurero perseguido por feroces culebras o acechado por ciervos volantes y libélulas. Bebíamos néctar de las flores y comíamos moras y arándanos; subíamos por los troncos de los árboles mi lagartija y yo. 

En aquel sueño que es verdad escuchaba, entre aterrado y atónito, las aventuras de un tal Pedro y su lobo. El abuelo era un fagot y el gato un clarinete. El pájaro sonaba a flauta y el pato parecía un oboe. Los cazadores disparaban con timbales y el lobo gruñía como un siniestro trio de trompas. Yo era un cuarteto de cuerda, valiente y decidido, triunfalmente montado en mi lagartija que se llamaba Maruja. Era un viejo disco en un viejo tocadiscos, de aquellos que daban vueltas a 33 o a 45, con un lobo de cuento en la carátula desgastada.

En aquel sueño que aún recuerdo, mi escuela era en blanco y negro, el invierno frio y prolongado, el verano interminable. Los árboles eran más grandes y tres pinos ya eran un bosque. Mi rio me parecía el Amazonas y la balsa del Caserío era un mar sin fin. Llevaba pantalones cortos y calzoncillos azules, y unos calcetines que siempre me quedaban pequeños. Merendábamos pan con chocolate y veíamos payasos en una vieja tele que no tenía UHF. Nos manchábamos los zapatos de los domingos de barro, y tirábamos piedras a los trenes que pasaban; teníamos un castillo entre los pinos, hecho con ramas y el resto imaginado, y ya valía. 

Soñé que entonces me gustaban los Beatles y detestaba a los Stones… ya ves que cosas. Porque ayer Lucy lucía en el cielo entre diamantes y eran otros tiempos en los campos de fresas para siempre.

Hoy vi el bosque de setas que siempre soñaba. Busqué y busqué, pero no vi a Maruja. Escuché pero no oí el “Guantanamera”, ni al pato que era un oboe, ni el run-run de aquella noria de hojalata. No había gatos grandes que hicieran ro ro, moviendo su cola con aire aburrido. No olía a madre, no encontré al burro flautista ni nadie preguntó “¿¿Cómo están ustedeeees??”… y a Lennon lo habían matado. Y yo ahora simpatizo con el diablo y de mayor quiero ser como Richards.

Hoy volví al bosque de setas enormes… el resto creo que fue un sueño.

Juan Goñi 


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