Mil escarchas.



 Bertiz, estos días de mil escarchas.

A golpe de helada, de mil escarchas, de largas noches gélidas, el invierno trata de ganar adeptos en el Bosque. En la amanecida todo cruje bajo las botas; la hojarasca, el barro, los charcos congelados…  Los árboles se me antojan temblorosos; las aves apocadas y silenciosas. En el suelo ahora endurecido, las huellas nos cuentan de los paseos de ciervos, de zorros  y corzos por la espesura durante la noche glacial. Todo parece esperar, todos parecen postergar sus quehaceres. En estos días, aun cuando amanece, no se despeja la Vida dormida.

 Los mediodías son agradables, soleados en los claros del bosque que miran al sur. Allí la escarcha va desertando ante la llegada del sol. Los prados se sacuden su sábana blanca de diamantes y exhiben su cariz verde y descarado. El cielo, más transparente que nunca tras la helada, se me antoja más azul, más limpio, más transparente. Y aún, en esos momentos, se oye cantar al carbonero y reclaman los pinzones y los mitos. La luz cálida nos resulta acogedora y plácidamente ponemos el rostro al sol. Nos dejamos vencer por la somnolencia, cerrando los ojos, sintiendo los rayos del sol que calientan nuestra piel.

Tras unos minutos de dulce apatía, nos ponemos de nuevo en marcha. Ya no cruje el suelo ni la hojarasca. El hielo se escapó, se convirtió en gotas que ahora mojan las botas y lagrimean por doquier, bajo la bóveda de mi casa, donde el otoño, inopinadamente, aun se hace fuerte.

Son esas pequeñas delicias que nos ofrece el Mundo; aun no murió el otoño, pero el paisaje se disfraza de primavera aunque sea por un instante. Y después guiña el ojo, sonríe, y se deja llevar por el invierno que avanza.

Juan Goñi

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