Amores y batallas.





No podía dormir. Se desenredó como pudo del abrazo de Santiago y salió de la cama. Santiago se acomodó y siguió durmiendo dócilmente. El orgasmo tenía en él el mismo efecto que un directo a la mandíbula y tras hacer el amor caía en un profundo y tranquilo sueño que duraría al menos cuatro o cinco horas. Ella buscó entre las sombras de la habitación algo con que cubrir su cuerpo desnudo y tanteó la alfombra con los pies hasta dar con las zapatillas. Salió del dormitorio en penumbra y sin encender las luces atravesó el pasillo hasta llegar a la cocina. Cerró cuidadosamente la puerta y encendió la luz, que parpadeó unos instantes hasta que finalmente iluminó la estancia. Puso a calentar un pequeño cazo de leche y mientras tanto encendió la “tablet” para ojear el correo. Mañana había convocada una nueva acción, la ocupación de una oficina bancaria al otro lado del barrio como protesta contra el inminente desahucio de una humilde familia que no podía pagar la usura del sistema. Probablemente les daría tiempo a acercarse antes de salir para la Sierra. Mañana era su aniversario y querían celebrarlo en un pequeño y coqueto restaurante de Rascafría: menú del día, catorce euros café incluido. 

Mariasun tiene 69 años. Toda su vida trabajó de abogada. Hace cuatro años que se jubiló y empezó a colaborar más activamente en los movimientos sociales del barrio. El 11 de marzo del 2011 participó en aquella histórica manifestación que lo cambió todo. Aquel día conoció a Santiago.

 Mariasun está divorciada y tiene una hija a la que no ve demasiado. Abogada, como ella, se pega el día rodando por la ciudad de aquí para allí, de los juzgados de Plaza Castilla a su despacho en la Calle Goya, de la guardería de la niña a su apartamento en Sanchinarro. No entiende a su madre: ¿Qué hace una persona de su edad, ataviada con un chaleco fosforito, gritando consignas o enfrentándose a la Policía? A escondidas piensa que a su madre se le está yendo la cabeza y está sinceramente preocupada por ello. La extraña relación con Santiago no hizo sino avivar estos sentimientos. 

Hace días que no ve a su nieta y la echa de menos. Se llama Susana y tiene tres añitos recién cumplidos. Mañana Susana se vendrá con ellos a Rascafría. Santiago y Susana se llevan muy bien. Siempre consiguen arrancarle una sonrisa cuando juegan, son como dos niños alegres y despreocupados y ella saborea esos instantes con regocijo.

Santiago tiene 66 años; es viudo y sin hijos. Su esposa murió hace dos años tras una larga y penosa enfermedad, enfermedad que no solo se llevó a su amor sino también los mejores recuerdos de toda una vida, su ilusión y su sonrisa. Toda la vida trabajó como operario en una fábrica de muebles. Sindicalista precoz, cristiano de base, siempre estuvo implicado en las luchas sociales. Al poco de jubilarse se celebró aquella histórica manifestación del 11 de marzo. Allí conoció a Mariasun. Desde entonces la sonrisa va volviendo a su rostro. Cuando juega con Susana recupera carcajadas, inocencia y vida. Susana, “la Ratoncita” como le gusta llamarla, le ha devuelto la infancia casi olvidada; y su abuela Mariasun le ha devuelto la juventud y el fuego pasional de la adolescencia. Su vida se ha vuelto del revés. Hace ya un año que no se pregunta qué coño hace él aquí. Hace un año que sabe lo que quiere. El otoño de sus días se disfrazó de primavera y goza de cada segundo de cada día.

Santiago imparte cursos de ebanistería para adultos en la parroquia. A Mariasun le enamora su forma de acariciar  la madera, el esmero con el que pule las piezas, su habilidad para resaltar la veta y los dibujos de cada tronco, de cada tabla. Le encanta perderse entre los olores que él desprende: aroma a madera, a cola de carpintero, a barniz, a hombre que trabaja. 

Mariasun es la secretaria del grupo. A Santiago le fascina su manera de expresarse, la vehemencia en sus convicciones, la profundidad de sus reflexiones. Santiago puede estarse horas escuchándola en las asambleas, moviendo afirmativamente la cabeza de vez en cuando, prendado del fuego hipnótico que transmite su mirada, deseándola apasionadamente. 

Mariasun vuelve al dormitorio tras tomarse su taza de leche. Se despoja de su bata y se acuesta junto a él, buscando su calor de hombre entre las sábanas frías. 

.- ¿Dónde te habías metido? – Masculla él casi susurrando.

.- He ido a por un vaso de leche. – Contesta ella mientras sus manos buscan su cintura. – Ven, dame calor. Hace frio ahí fuera.

El la rodea con su brazo y la acerca hacia sus labios. Se atan lenguas en la oscuridad, se arriman cuerpos desnudos, se anudan las piernas y se encadenan los corazones. El acaricia sus contornos, buscando la veta sus confines. Ella se deja llevar y se mece suavemente ante sus mimos. Nieva ternura entre las espirales del deseo, elipses y parábolas, circunferencias y bucles que desean ser encontradas. Órbitas que se contorsionan, ondas de mar en calma y rizos arqueados abarrotan los espacios y los tiempos en aquel lecho insaciable. Y finalmente la inflexión y la tregua, el beso dulce de la despedida “hasta mañana”, y el abandono al sueño que los aleja del mundo y los acoge.

Silencio en el cubil del amor nuevo. Los “yayoflautas” reposan. Mañana, de nuevo, volverán a la ofensiva.

Juan Goñi

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