Pajarear, paisajear, conversar.



 Urdazubi - Urdax. Iglesia de San Salvador, antiguo monasterio.

Urdax/Urdazubi, una tarde de primavera, hace ya algún tiempo. Joaquín Araújo y yo pajareábamos mientras tomábamos una cerveza. Sobre las cumbres que rodean el pueblo danzaban un águila real, media docena de buitres leonados y un buen número de milanos reales y negros. Entre las casas del pueblo los vencejos, las golondrinas, las tórtolas y los gorriones. En la superficie del rio, el mirlo acuático, que iba y venía, y una familia de lavanderas cascadeñas, amarillas como el aceite puro de oliva. Nuestra conversación volaba, como nuestros ojos, de aquí para allí, sin demasiada importancia. Cuando estás con un amigo, puedes dejar que tus palabras vuelen como las aves, sabes que llegarán a su destino, aunque su vuelo resulte caótico. Los prismáticos colgados del cuello, los ojos que van y vienen desde la mirada del amigo a los cielos, y de allí hasta la superficie del agua. El secreto está en dejarse llevar, en irse por las ramas de la razón. No dejar que la prisa te hiera, vivir ese instante en toda su extensión, en toda su expresión. Y nada más, por el momento.

Pajarear, paisajear, dos palabras no sé si demasiado bien construidas; dos palabras que en el fondo son análogas. No hay paisaje sin aves ni aves sin paisaje. Ahí radica una de las lecciones que hoy, amigo mío, me apetecía recordar.

Juan Goñi.

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