La cordura de no acomodarse nunca.


Brumoso Bertiz.
 
Días de mudanza  estos de finales de agosto. Vaivenes alados en los cielos de mi tierra. Novedades entre mis amigas emplumadas; trasiego de almas volanderas que vuelven y marchan al mismo tiempo. Hace días que mis ojos no se deleitan con el vuelo vertiginoso de los vencejos, ni admiran el planeo elegante del milano negro. Hace días que partieron las golondrinas que habitaron la cuadra; el silencio se arrima al rincón desdibujado donde no hace tanto tiempo piaban sin parar cuatro boquitas incansables. Ya no oigo el trino del pinzón en el árbol junto a la huerta, cascada silbante del bosque. Y pocos son los carboneros, los herrerillos, los mitos o petirrojos que desgranan su canción entre la arboleda. Cambian las cosas con paso de gigante; inadvertidamente el mundo muda despacio la piel, la voz y el ademán. Llegan por millares los papamoscas cerrojillos, algunos aún vestidos de boda, aún con el blanco impoluto adornando retales de su estampa. Los abejeros ya cruzan los pasos pirenaicos, junto con las primeras cigüeñas negras. Todos se encaran con el futuro, todos afrontan el porvenir armados con su instinto, todos movidos por un ansia irremediable por vivir. El rio inagotable abrió sus compuertas en el Norte; innumerables almas aladas cruzan fronteras que no conocen y se dirigen a un futuro indefinido más allá del horizonte. Ellas se van con la promesa de volver, guardando en sus meninges los paisajes que hienden con su vuelo limpio y honesto. Y ellas siempre cumplen sus promesas.

El péndulo regresa al punto de salida, a cada instante, sin demorarse, sin atosigar ni atosigarse. Se afrontan nuevos menesteres, nuevos retos, nuevos riesgos. Nunca se detienen las entrañas del mundo en su circense manera de quedarse quieto. Juglar equilibrista, siempre a una migaja de caer al abismo, siempre en la cuerda floja de la proporción exacta, de la cordura, de la ecuanimidad. La eterna sensatez de jugarse la vida a cada instante, en la perpetua cordura de no acomodarse nunca demasiado en el mismo asiento.

Todo muda, todo escapa, todo regresa, pero nada huye, ni deserta, ni abandona. Todo es contrapeso, todo es equilibrio; estable en la mutación, todo es imparcial en la indestructible y eterna metamorfosis global.

Me cuesta adherirme al cambio. Chirrían los goznes de mi corazón, anquilosados ante tanto cambalache. Siempre me resisto al cambio vertiginoso. Aún no he comprendido que la vida no es otra cosa. Y aunque mis ojos ya lo han visto tantas veces, aun trata mi mirada de escurrirse del tiempo y quedarse aferrada al sol de agosto. Y por eso me gustaría irme con ellas, las aves, siguiendo al sol. Escabullirme, si me dejan las nieblas. Sortear el otoño que tanto me remueve y fugarme a otra primavera sonriente. Pero no te preocupes; son sandeces que sueña el pajarero mientras despide este agosto sin agosto.

Y mientras, el sol se demora un poco más cada mañana.

Juan Goñi

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