Viviendo al son de bosque.


Hayedo en Narbarte, Bertizarana, #Navarra, #Nafarroa
Hoy Narbarte empieza sus fiestas, que son las mias. 
Jai zoriontsuak, Narbarte!

A veces el bosque es jazz. Jazz dócil, suave; jazz que acaricia. Ahí están las hayas, como una big band coqueta y armoniosa. Y entonces yo me atrevo con el ritmo, y acomodo mis pasos a las cadencias con las que el bosque respira. A veces el bosque danza al son del viento, y sus pies se balancean ágiles, incansables. El canto de un ave, voz de terciopelo, toma el protagonismo de esta armonía animada, y se convierte, en su dulzura, en la protagonista de la balada. Me dice que me quiere si entiendo su ternura. Nos dice a todos que nos quiere, también a ti. A veces otra ave más lejana le hace los coros y subraya la chifladura del pajarero complacido. Arrumacos de adhesión que me invitan a entregarme, cosa que hago sin dudarlo. El bosque baila conmigo claqué, al ritmo del golpeteo de los pájaros carpinteros. Con su sombrero verde en la mano, arrastra la hojarasca entre mis pasos juguetones. Y el corzo inquieto y enamorado se suma al coro roncando, extraviado en la espesura. Y las flautas de mil pajarillos tratan de alcanzar el compás de esta consonancia acelerada. Y danzan mis ojos enajenados, y mi dedo tamborilea en la madera del bastón que me acompaña. Y todo desvaría, aturdido y disparatado, bajo los compases extravagantes de un bosque que baila.

El bosque me susurra melodioso que lo mejor está por llegar. Y yo me dejo llevar por la emoción, y no puedo más que sollozar de puro amor, porque le creo.

A veces el bosque es un tango, deshilachado y libertino. Me aturde con su bandoneón de aguas que cantan. Me invita a acompañarle en  sus estrofas atropelladas. Y yo me abandono al canto desgarrado del ciervo que berrea, al rumor desordenado de la manada de jabalíes que huyen, arrastrando la hojarasca chispeante. A veces el viento cuchichea palabras de amor entre las hojas más altas de la arboleda; me dice que aún sigue enamorado de mi alma soñadora. Y aunque a menudo me faltan fuerzas, prometo seguir intentándolo en los vericuetos extraños de la vida.

A veces el bosque canta una melancólica canción que adivino en italiano. Me dice que nada tiene fin, que todo no es sino el principio. Me dice que quiere besar mi piel de sabor a mar, me dice seguiremos unidos, inseparables bajo la estrellas, abandonados, amparados, “senza fine”.

A veces no lo entiendo del todo, pero siempre me seduce. El bosque me enamora, me cautiva. Me entusiasma con sus melodías locuelas y atolondradas. Galantea con mis ojos y agasaja mis oídos. Me levanta la cabeza, que a veces inclino demasiado. Y me promete que, un día más, sin duda, lo mejor está por venir. Y yo le creo, y continuo caminando por la vereda con mi corazón henchido de regocijo, en silencio, mientras el público aplaude entre susurros.

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Juan Goñi.

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