Haya en Artikutza
Estar del lado de la eternidad.
Esa es mi osadía, mi entusiasmo y mi afán.
Estar del lado del arroyo
cantarín que jovial me saluda. Estar del lado del ave de ternura inocente, libre,
rebelde y honesta. Me quedo junto al
musgo suave y esponjoso, oculto en la sombra, íntimo y latente, delicado y
tenue; caricias de un estanque difuso y sutil. Aguardo bajo las hayas altivas,
nobles, serenas. Acariciando los robles, rozando con mis dedos sus arrugas de
otras épocas, agasajado con su perpetuidad perenne. Arrullando en la distancia
al corzo que me mira entre el boscaje, que me palpa con su mirada limpia.
Volando acurrucado en los requiebros de la golondrina invencible en su coraje. Nunca
cansado de los cielos límpidos y transparentes. Ensortijándome entre las flores
del pasto, entre las ramas del avellano, entre el carrizo lagunero. Perdido en
los trinos de los intérpretes más veraces del mundo, perdido para siempre para
no perderme nada. Acariciando mi alrededor ileso con mi mirada enredadora,
curiosa, inocente y pacífica. Nadando en la nada fecunda de la transparencia de
un amanecer triunfal.
Estar del lado de la arboleda, siempre
al cobijo de sus techumbres que no existen. Alistarme a este lado de la
trinchera, junto al resto del ejército pacífico, las huestes sin bandera ni
credo, empuñando con ellos las armas de restauración masiva. Por mar, por aire,
por tierra, los combatientes embisten y sitian a todos y a todo a golpe de
rumores armoniosos, de colores fugaces, de aromas, de paisajes y de vivacidad. Y
yo participo y me engancho a sus mesnadas inofensivas, mansas y benévolas. De
nuestro lado combate el tiempo y el espacio, la belleza y la mesura, la poesía,
la música y la verdad. Yo estoy sin duda en este bando; sin cautela; sin miedo.
No soy ecuánime, ni equitativo.
No soy objetivo ni neutral. Yo estoy del lado de lo razonable. Estoy del lado
de lo íntegro, porque a todos y a todo integra y nos ampara. Siempre al abrigo de
los colores y las luces del mundo. Defendiendo las fronteras, disparando con
palabras que el bosque me enseñó; al grito de un “no pasarán” susurrado, en una
mano las caricias del viento, en la otra los rumores del mar, y en alma el
asilo perpetuo y la serenidad inmortal de la Madre Tierra.
Aquí me tienes, desarmado pero no
rendido, ni obediente, ni servil. Aquí me tienes, a pecho descubierto, pacífico
pero no indefenso, ni débil, ni derrotado. Aquí te espero, con la sonrisa incrustada
en mis labios, con la mirada llena de horizontes ilesos, con el corazón
volandero, emplumado y libre, con las manos vacías, sucias de barro limpio, de
pie, firme bajo mis bosques. Junto a mis hermanos y hermanas, los que caminan,
los que vuelan, los que saltan y nadan, los que inmóviles se aferran a la
Tierra. Aquí me tienes, imbécil. Del lado de la eternidad.
Juan Goñi.
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