El otoño, la belleza que me hace sollozar.





El otoño entra en mi corazón despacito, sin hacer ruido, como un amanecer de invierno, que no termina sino con el ocaso; como un barquito lento, que entra en alta mar, solo una minúscula partícula en la inmensidad oceánica. Briznas de hojas secas, pinceladas ocres en la verde infinidad arbolada. Pero cuando el otoño te atrapa… cuando el otoño te atrapa no hay nada ni nadie en el mundo dispuesto a liberarte. Hoy se libra esa batalla, que afortunadamente pierdo, aliviado, y cueste lo que cueste.

El otoño es la tarde de ese domingo lluvioso, esa tarde oscura de nuestra infancia, que de vez en cuando vuelve a visitarnos. Es esa tarde en la que oscureció a media tarde. Apetece sofá y mantita, gatito ronroneando sobre mi barriga, película aburrida y mi mente a la que se le antoja naufragar. Pasa el tiempo despacio en otoño. El otoño nos retorna a la guarida de la nostalgia, a envolvernos entre las raíces retorcidas del recuerdo.

El otoño toca campanas lejanas que llaman a la última misa, rezos  despoblados de iglesias vacías, de abuelas sin memoria que visten de negro y cantan quedamente en la penumbra de las velas que tiemblan. En el otoño florece nuestra sed de pasado. El otoño huele a humedad, a armario cerrado que conserva aromas olvidados. El otoño es una foto palidecida, trasnochada, con las esquinas dobladas y una mancha de café fosilizada en el margen del recuerdo.

El otoño es la sorpresa cuando comprendes que la tarde ya se muere joven, muy joven, demasiado joven. Es la presencia constante de una canción que no recordabas, y que vuelve con la fuerza del timbrazo penetrante del cartero que trae cartas desde lo antiguo: “firme aquí y aquí. Y también aquí, que es el acuse de recibo”.

El otoño es un rostro que te mira desde el fondo de un retrato sin lienzo, un cuadro colgado de una oscura habitación que escondes en la memoria; habitación que tratas de no abrir a menudo. El otoño es la semblanza de ti mismo, ajada por el tiempo y el olvido. En el otoño la nostalgia se hace caricia, y la añoranza se viste de serena pesadumbre.


El otoño es aves que se van, tardes que vuelan, melodías y olores que regresan. El otoño es castañas, y mandarinas, y estuches escolares bien ordenados, y pinturas, compases y reglas. El otoño es aprender de nuevo a vivir de noche; asimilar que también puede uno hospedarse debajo de las farolas. El otoño es plato de cuchara, meriendas de colegio en el ocaso, jersey rescatado del armario del olvido, zapatos nuevos que se comían los calcetines cuando jugábamos al tute.

El otoño es el esplendor del bosque, consagración de un millón de años, derroche y derrota, brillo que se apaga, resplandor de gloria y triunfo, cópula sosegada y auge exhausto. El otoño es apogeo agonizante, es fulgor fornido que se quiebra, destello vigoroso y moribundo.


El otoño es la belleza que me hace sollozar. Es la joya que se me escapa a raudales, sin remedio, sin consuelo.

¿Qué haremos con los recuerdos? Jugar a traerlos y llevarlos, construirles un aparcamiento donde ir estacionándolos, juntitos y ordenados, como los cochecitos de hojalata en los que aun hoy viaja mi infancia.

¿Y qué haremos con las lágrimas? Esas lágrimas que, no te engañes, no son de tristeza. Son relicarios de pequeñas evocaciones, son cáliz de sentimientos, son resumen, son sumario, infusión y síntesis. ¿Qué haremos con ellas? Dejarlas correr, para que fluyan, como el otoño, del suelo al cielo. Para que suban en busca de las ramas más altas del árbol de nuestras vidas. Y allí arriba convenzan a las hojas para que se dejen caer. Y después se desplomen juntas, hojas y lágrimas, a fertilizar, a preñar, a enriquecer las raíces del árbol que fuimos, que somos y que seremos.

El otoño es del recuerdo. Re cuerdo, doblemente cuerdo… bella manera de estar loco.

Hoy el otoño se esparce por el mundo, y el verano huye despavorido y medroso. Y algunas hojas, tímidamente, emprenden su último viaje a los confines radicales del tiempo.

Juan Goñi.

"Muchas veces las gentes lloran porque encuentran las cosas demasiado bellas. Lo que les hace llorar, no es el deseo de poseerlas, sino esa profunda melancolía que sentimos por todo lo que no es, por todo lo que no alcanza su plenitud. [...] Es la tristeza de todo lo que no está completo."
Elena Poniatowska, escritora y periodista mejicana.

Philip Glass: "The opening":
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