Otoñarse con dignidad.


Poco o nada sabe del otoño aquel que se conforma con mirar los colores del Bosque a través de fotografías, que satisface su sed leyendo textos o poemas referentes a esta estación, “la estación de los ojos que miran”, como maravillosamente definió al otoño el Premio Nobel de Literatura de 1963, el griego George Seferis. El otoño no solo es una cosa que pasa a nuestro alrededor. El otoño no es solo un estado de la arboleda. El otoño es la mutación de todos y de todo: el clima, el aire, el cielo y el suelo. Y por supuesto, una mutación en nosotros mismos y del resto de los habitantes de los espacios abiertos.

Pocos somos, por desgracia, los que aún miramos al cielo, al clima, al suelo… en una palabra, a la Natura. Pese a que lo que ahora ocurre en nuestros alrededores es lo más esencial, lo más vital, los procesos naturales pasan desapercibidos para la mayoría de los humanos, que permanecen enfrascados en devorar propaganda de un otoño que no es, sentados en un sofá desde el que consumen consumiéndose imágenes de un mundo que no existe fuera de esa caja que llamamos televisión. El otoño no es para verlo en la tele. El otoño se disfruta abrasándose en sus bosques incendiados sin fuego, empapándose en la lluvia de las hojas que caen, embarrándose las botas y los ojos en el estanque majestuoso de millones de hojarascas que crepitan a nuestro paso. El otoño, como todo lo esencial en la vida, es para vivirlo. Intensamente. Vehementemente. Emocionadamente. Lo demás es una más de las estafas con las que tratan de arrancarnos lo esencial de la mirada. 

Vive el otoño. Otoña vivamente. Entra, saborea, recibe. Y, finalmente, percibe, advierte y comprende. No hay otra forma de otoñarse con dignidad. 

Foto: Hayedo otoñado, tesoros en el suelo, fuego inocente en mi mirada.
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Juan Goñi.

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